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Enrique Bonet

Un santo muy normal



Hoy no se puede empezar la meditación sin hacer referencia a la nevada. Aunque tengo que reconocer que a mí me pilla un poco de vuelta… después de ocho años en Rusia.


Allí la nieve es como la boira en Lleida… No sales y dices: mira ¡hay niebla!… ¡qué guay! Pero hay que reconocer que siempre es bonito ver nevar.


Cuando he salido de casa para venir a celebrar aquí por la mañana he sido el primero en pisar la nieve del jardín de casa. Más tarde, me llegó por Whatsapp una foto del rastro que he dejado con un título anunciado: “huellas en la nieve”.

Hoy, 9 de enero, celebramos el cumpleaños de San Josemaría y los que conocemos su historia nos acordamos muy bien de ese momento: de las huellas en la nieve.

Hubo una gran nevada en Logroño, donde entonces vivía el joven Josemaría, y al salir por la mañana -como hoy hemos salido todos a ver la nieve- vio las huellas de un carmelita descalzo.


Él tenía 15 años, iba a cumplir 16, y pensó: si otros hacen esto por Dios, ¿yo que soy capaz de hacer?… y se hizo santo.


Vio unas huellas y se hizo santo.

¡No sé por qué yo ya no soy santo después de ver las huellas esta mañana! A veces podemos pensar que es así.


Una luz de Dios; y ya soy santo.


Pero hoy celebramos el cumpleaños de Josemaría Escrivá, que cumplió 16, y después 17, y 18, 20, 30, 40, 50… hasta 73 años… y no fue ver las huellas y ser santo. No. Son casi sesenta años de lucha.


Como él mismo decía: “no me perdáis de vista que el santo no nace: se forja en el continuo juego de la gracia divina y de la correspondencia humana” [1].


Y la vida de San Josemaría fue este juego: la gracia divina y la correspondencia humana. Y así será en mi vida, Jesús, gracia divina y respuesta mía; decirte que sí...


Un biógrafo de San Josemaría escribe:


Lo que cuento en este libro no son ni revelaciones ni novedades absolutas, sino detalles de un trato asiduo, familiar y tranquilo.


Ahora que ha sido declarado santo y que, inevitablemente se ven imágenes de él por muchos sitios, yo prefiero recordarlo sin aureola, con su voz rápida, con su resistencia a que le hicieran fotos, con sus defectos y virtudes y con sus ganas constantes de amar a Dios.

A quien se extrañe o se escandalice de que una persona santa haya tenido defectos bastaría recordar, entre tantos ejemplos, el de Simón Pedro, que renegó por tres veces de Cristo y fue, como premio de su amor y de su dolor, puesto al frente de la Iglesia. O de ese Agustín de Hipona, que es todo un hito en la sensibilidad humana y cristiana.

Desconfío tanto de los retratos en los que todo está bien como de esos otros en los que todo está mal. Fácil no es la vida de nadie y no se la puede pintar de un solo color” [2].


Hoy celebramos el cumpleaños de una persona que es santa. Y ¿qué es un santo? ¿Un tío que camina a un palmo de tierra? ¿Una persona que mira al infinito o tiene visiones? San Josemaría es santo, pero sobre todo es una persona normal, como tu y como yo.

Por eso ahora delante de ti, Jesús, crecen mis esperanzas de ser santo, porque nosotros también somos personas normales. ¡Podemos por tanto ser santos!


Hace unos días murió don Javier Cremades. Fue rector de Torreciudad y la batuta de la JMJ de 2011. Durante el confinamiento escribió un libro sobre la amistad de San Josemaría con su familia. Y es muy bonito porque en ese texto se ve también que el fundador del Opus Dei era una persona normal; muy normal.


Sabéis que San Josemaría estudio derecho en la universidad de Zaragoza, mientras acaba los estudios para ser sacerdote. Estudió las dos cosas a la vez. Allí coincidió con Juan Antonio Cremades, el padre de don Javier.

Por eso se conocen algunas historias de cuando estudiaban y se cuentan en el libro.

Se ve que había un profesor en la facultad de derecho que era un poco especial. Si no hacías follón en clase, él pensaba que no tenías interés en la asignatura. Lo contrario de lo normal. Si te portabas bien, era señal de poco interés y acababa poniéndote mala nota. Por eso la gente hacia gamberradas en esa clase: tiraba papeles al profe, le tiraba tizas. Interrumpía…


Una vez sucedió lo siguiente:


Un alumno era militar y vestía de uniforme. En el invierno se protegía con la típica capa castrense, que era de color caqui por fuera y rojo intenso en el forro. Un día, estando en pleno lío en la clase, se oyeron unos golpes poderosos en la puerta.


El profesor se molestó y los ruidos fueron persistentes.


Por fin, se abrió la puerta y, ¡oh sorpresa!, entró un cortejo de varios estudiantes que, echando mucho cuento, simulaban la llegada de un emperador romano a Zaragoza, que venía para saludar y rendir pleitesía al profesor.


El profesor, fuera de sí, gritaba pidiéndoles a gritos que se fueran.


Este César, exagerando cada vez más, también clamaba: ¡Ave, vengo a saludarle!; y el profesor contestaba: ¡¡Váyase, váyase…!!


Después de estar un rato porfiando, el emperador se despidió cortésmente y, con su comitiva, salió del aula.

Queda por explicar que el que hacía de César romano era un alumno: Josemaría Escrivá, que, vestido con su sotana de sacerdote, llevaba por encima, sobre los hombros, la capa del militar puesta al revés, de tal manera que el color rojo chillón era dominante y más con el movimiento de los brazos. La gorra del militar, con la visera por atrás, coronaba su cabeza.


Ni que decir tiene que, Josemaría también aprobó la asignatura con buena nota, porque había demostrado ser un alumno aventajado…”[3].


Aquí tenéis un santo… haciendo gamberradas. Un santo no es un extraterrestre. Es una persona normal.


San Josemaría es santo, pero sobre todo de una persona normal, como tu… lo que quiere decir que tu y yo también podemos llegar a ser santos.


Señor; que no me deje engañar. Yo puedo ser santo. No hace falta ser un místico, no hace falta ser una persona especial… sólo tengo que dejarte actuar en mi vida normal.


Los santos son gente corriente. Y, bueno, ese fue uno de los motivos, por los que escribió don Javier Cremades el libro.


Dice: “Me da algo de miedo que cuando acudimos a la devoción de un santo, podamos ver en él simplemente una persona muy de Dios, pero subida en una peana, algo fría y distante, donde se le venera.


Es verdad que, en el caso del Padre, las películas que hay grabadas de sus tertulias en los últimos años de su vida aproximan un poco más a su modo de ser; pero, aun así, considero que se pierde mucho y que a veces no presentamos a los santos como ejemplos imitables sino simplemente admirables” [4].

Otra historia que cuenta es cuando San Josemaría fue a cenar a su casa. Todo fue muy normal.


Era una persona de carne y hueso, que cenó ensalada, una tortilla a la francesa y zumo de naranja… una persona con la que se puede bromear, y de hecho cuenta como le hicieron magia después de cenar. Se lo pasaron bomba.


Una persona con la que se puede hablar sencillamente, como se habla con una amiga.

Tanto es así, que al terminar la cena, una de las hermanas de don Javier, que tenía unos 14 o 15 años, le pidió: “¿puedo decirle algo a solas?”.


Pasaron los dos al cuarto siguiente; ella fue a cerrar la puerta, pero le dijo que no, porque con una mujer, aunque fuera una niña como ella, el sacerdote deja siempre la puerta abierta. Estuvieron unos minutos y se oyó la voz del Padre que saliendo decía muy divertido: Nada, que no me compras, y se dirigió a nuestra habitación diciendo: Esta hija mía me quería comprar, pero no me compra por una cena...


Más adelante, don javier cuenta lo que le pidió Conchita...


..."lo que Conchita pidió al Padre cuando se quedaron a solas era que ella quería ser numeraria y, en el centro que frecuentaba, llevaban un tiempo dando largas a su petición, supongo que para que la madurara más y asegurar que no era un pronto o una decisión irreflexiva.


Lo que Conchita pretendía era lo que se llama un tráfico de influencias: que el Padre interviniera y presionara a la directora para que le dejara escribir ya la carta. Por eso salió de la habitación bromeando en voz alta: Me quieren comprar, pero yo no me dejo… Todavía tuvo que esperar un par de meses más, y, por fin, pudo cumplir su deseo”[5].

Un santo es alguien normal. Que nos comprende. Que también tiene defectos y por eso nos entiende y nos anima. Alguien con quien se tiene confianza…


Queremos que así sea nuestra relación contigo, Padre.


Cuando Conchita pidió la admisión, San Josemaría escribió a la familia Cremades y les decía:


Acabo de recibir vuestra carta y comprendo perfectamente vuestra alegría, que comparto de todo corazón, por la estupenda noticia que me dais. Encomiendo a esa hija con cariño, para que sea muy fiel y muy feliz” Cremades Sanz-Pastor, Javier. Los planes de los Cremades: Una familia amiga de san Josemaría (p. 90).

¡Qué suerte morirte cuando tienes un amigo así esperándote en el cielo! ¡Qué suerte tener un amigo santo!


Y San Josemaría hoy nos dice: ¡mira, aquí me tienes! ¡Para lo que necesites!


A mí solo me interesa una cosa de ti… y por eso rezo en el cielo. Y para eso te aconsejo y te ayudo.


Solo una cosa: Encomiendo a esa hija (que eres tu) con cariño, para que sea muy fiel y muy feliz.


Que seas fiel a Cristo y feliz en la tierra… para que luego lo seas en el cielo, eso es lo que le interesa a San Josemaría.

¡Que buen enchufe tenemos. Vamos a aprovecharlo más, vamos a acudir más a él!


Padre, somos tus hijos, somos tus hijas. Ayúdanos.


Enrique Bonet



 

[1] San Josemaría, Amigos de Dios, 7. [2] Gómez Pérez, Rafael. El hombre que yo vi: Sobre san Josemaría Escrivá (Spanish Edition) (Posición en Kindle108-115).

[3] Cremades Sanz-Pastor, Javier. Los planes de los Cremades: Una familia amiga de san Josemaría (pp. 18-19).

[4] Cremades Sanz-Pastor, Javier. Los planes de los Cremades: Una familia amiga de san Josemaría (p. 13).

[5] Cremades Sanz-Pastor, Javier. Los planes de los Cremades: Una familia amiga de san Josemaría (p. 90).

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