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Enrique Bonet

Un refugio seguro

Actualizado: 9 may

Hay un suceso que le ocurrió a san Juan Bosco que me gusta mucho; primero porque fue un hecho impresionante y después porque tuvo lugar el día de mi cumpleaños.


Era el 24 de mayo de 1848; día de María auxiliadora. La patrona de los salesianos. Se organizó una gran Misa. Y cuentan:


“El día de su fiesta organizó con ilusión y mucho esfuerzo una Misa con los chavales que conocía. La Iglesia estaba llena de muchachos: unos seiscientos, que iban a comulgar. Estaba preparado un gran copón lleno de hostias, que Don Bosco iba a consagrar en la Misa; pero el sacristán se olvidó de llevarlo al altar y habiendo pasado ya el momento de la consagración, es cuando se da cuenta de que no lo ha llevado. Agobiado empieza a pensar: ¿Qué va a ocurrir, Señor? ¿Qué desilusión tendrán esos centenares de muchachos que se apretaban en el pasillo central dirigiéndose a comulgar?


Ellos no saben nada y van llegando al comulgatorio; Don Bosco tampoco lo sabe. Abre el sagrario pensando que habría formas allí y sólo encuentra un pequeño copón con unas pocas hostias.


Mira bien en el Sagrario pero ve que no hay nada más.

En seguida comprende que su sacristán se ha olvidado de llevarlas. Alza los ojos al cielo, y le dice así a la Virgen:


– Señora, ¿vas a dejar a tus hijos que vuelvan sin comulgar?


Toma el pequeño copón, y empieza a dar la comunión. Y aquellas pocas hostias se multiplican. El sacristán, asombrado, asiste al prodigio: se le salían los ojos de sus órbitas. Cuando termina la Misa muestra a Don Bosco el copón que se había olvidado en la sacristía:


– ¿Cómo ha podido dar la comunión a todos, con tan pocas hostias? ¡Es un milagro, señor Don Bosco! ¡Un milagro que ha hecho usted!


-¡Bah! -dice Don Bosco con indiferencia- en comparación al milagro de la transustanciación que obra el sacerdote al consagrar, el de la multiplicación de las hostias es insignificante. Además, lo ha hecho María Auxiliadora.


– Señora, ¿vas a dejar a tus hijos que vuelvan sin comulgar?

San Juan Bosco es como si le devolviera la pregunta que Ella misma hizo a Jesús.


– Jesús, vas a dejar sin vino a esta pareja de recién casados? Jesús, no tienen vino.


Nosotros también utilizamos en nuestra oración la pregunta de Caná. La que usó don Bosco y la que han usado tantos santos.


– Señora, vas a dejar a tus hijos sin comulgar? ¿Me vas a dejar sin conseguir esto? ¿Me vas a dejar con este defecto, con este pecado, con este problema?


La Virgen lleva siglos arreglando bodas. Solucionando comuniones… y muchas otras cosas más interiores al hombre.

Lleva siglos dando perseverancia. Arreglando corazones. Ayudando a vencer luchas; a ganar posiciones. Empujando a eliminar vicios, adicciones… y yo ¿estoy aprovechando este poder de María; estas ganas que tiene de solucionarnos problemas?


¿Por qué no la he metido en mis problemas? O ¿por qué no la he metido más?



«Esta mañana —como siempre que lo pido humildemente, sea una u otra hora la de acostarme— desde un sueño profundo, igual que si me llamaran, me desperté segurísimo de que había llegado el momento de levantarme. Efectivamente, eran las seis menos cuarto. Anoche, como de costumbre también, pedí al Señor que me diera fuerzas para vencer la pereza, al despertar, porque —lo confieso, para vergüenza mía— me cuesta enormemente una cosa tan pequeña y son bastantes los días, en que, a pesar de esa llamada sobrenatural, me quedo un rato más en la cama.


(Este es el diario de un sacerdote. Podemos pensar, un sacerdote perezoso).


Hoy recé, al ver la hora, luché… y me quedé acostado. Por fin, a las seis y cuarto de mi despertador (que está roto desde hace tiempo) me levanté (media hora más tarde…) y, lleno de humillación, me postré en tierra, reconociendo mi falta —serviam!—, me vestí y comencé mi meditación.


Pues bien: entre seis y media y siete menos cuarto vi, durante bastante tiempo, cómo el rostro de mi Virgen de los Besos se llenaba de alegría, de gozo. Me fijé bien: creí que sonreía, porque me hacía ese efecto, pero no se movían los labios. Muy tranquilo, le he dicho a mi Madre muchos piropos» (San Josemaría, Apuntes íntimos, 701).


Corría el año 1932. San Josemaría tenía 30 años… y peleaba luchas no tan distintas a las nuestras.


María carga con ellas, con una sonrisa… y hace de San Josemaría -un sacerdote tan prosaico que le cuesta media hora vivir el minuto heroico-, un santo sacerdote.


"María, lo puede todo". Esto que parece una herejía; porque es como equiparar a María con Dios, como decir que María es omnipotente… "María lo puede todo", no es una herejía, es una verdad; que tiene un secreto.

Se dice que María es la Omnipotencia suplicante porque, si bien no tiene un poder infinito por ella misma; no hay nada que no pueda obtener de Dios, que sí es omnipotente. Jesús jamás desatiende sus súplicas, y Ella jamás deja de atender a quien a Ella acude. No es omnipotente… pero su súplica a Dios es omnipotente.


Se cuenta en las vidas de Santo Domingo, que en una ocasión, durante un exorcismo, el mismo Satanás confesó al Santo que si todos los mártires, vírgenes, doctores, santos y ángeles juntando sus méritos pidieran por un pecador a Dios, no obtendrían su conversión, pero un sólo suspiro de María bastaba para arrancarle millones de almas.


Por eso San Luis María Griñón de Montfort atina a decir: “al poder de la Virgen todo está sujeto, incluso Dios”. Esto no porque María sea superior a Dios, sino porque no hay nada que Dios quiera negarle a su humildísima Madre.


Madre mía, "quien reza sin contar contigo es como quien pretende volar sin alas" -dice otro santo.

¿Yo estoy prescindiendo, ingenuamente, de estas alas?


En el mundo cristiano oriental hay una fiesta de la Virgen que es muy apreciada y popular. Se llama "el manto de la Virgen". Además es a comienzos de octubre que en Moscú coincide muchas veces con las primeras nevadas. Ellos interpretan esa primera capa blanca como el manto de la Virgen que cubre a sus hijos y los protege.


En el cristianismo occidental tenemos la Virgen de la Misericordia. En la que se representa a María que con el velo largo que cubre su cabeza, cubre también a sus hijos que están como pequeñitos a sus pies.


Nuestros Padres en la fe enseñaron que en los momentos turbulentos es necesario ponerse bajo el manto de la Santa Madre de Dios. En el pasado, los perseguidos y los necesitados buscaban refugio en las mujeres de la nobleza: cuando su manto, que se consideraba inviolable, se extendía como signo de acogida, la protección era concedida.

Del mismo modo nos sucede a nosotros en relación a la Virgen, la mujer de mayor rango del género humano. Su manto está siempre abierto para acogernos y congregarnos. Nos lo recuerda bien el Oriente cristiano, donde muchos festejan la Protección de la Madre de Dios, que está representada en un precioso icono en el que, con su manto, protege a los hijos y cubre el mundo entero. También los monjes antiguos aconsejaban refugiarse en las pruebas bajo el manto de la Santa Madre de Dios: invocarla —«Santa Madre de Dios»— era ya garantía de protección y ayuda, y esta oración repetida: «Santa Madre de Dios», «Santa Madre de Dios»… Y sólo así” (Papa Francisco, homilía 28-I-2018).


Esa es también la tradición del Pilar. Instituciones de todo tipo -civiles y religiosas- regalan mantos a la Virgen con su escudo, con algo que los representa; para ponerse bajo su protección.


Así rezamos y así han rezado desde el principio como dice la oración a la Virgen más antigua que conocemos: Bajo tu manto nos acogemos santa Madre de Dios.

Comienza un nuevo mes de mayo. Madre mía, quien reza sin contar contigo es como quien pretende volar sin alas.


Tomemos sus alas, refugiémonos bajo su manto, pidámosle lo que necesitamos. Su súplica omnipotente nos lo alcanzará.




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