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Enrique Bonet

Un no sé qué

Actualizado: 10 jul 2021



Cuando llegas a Rusia uno toma enseguida consciencia de que vives en un país cristiano, pero no católico. Un país con un 70% de ortodoxos.

La mayoría de la gente con que vas a coincidir serán ortodoxos y yo, que iba a vivir allí unos años, al llegar, quería saber qué nos unía… y qué nos había separado en el siglo XI.

Por eso, una de las cosas que quise hacer cuanto antes era aclararme sobre las diferencias doctrinales y litúrgicas entre católicos y ortodoxos. Qué creían las personas con las que vivía.

Podía haber leído un artículo de teología o consultado algún libro… y lo hice. Pero también quise acudir a hablar con un sacerdote ortodoxo.

En Moscú, había un sacerdote ya mayor. Alexander Borisov, se llama. Es doctor en biología. Procedía de una familia atea, había conocido a un famoso sacerdote ruso de los años 70 -Alexandr Men-, se había convertido y después se hizo sacerdote. Borisov era el párroco de una iglesia donde, a diferencia de otros lugares, los católicos no eran mal vistos.

Así que, conseguí su teléfono a través de un conocido común, le llamé -con mi ruso macarrónico- y quedamos para que fuera a verle a su parroquia.

Llegué a su iglesia… había bastante actividad. Él terminó lo que estaba haciendo y subimos a su despacho, que me sorprendió por la cantidad de libros que había.

Allí comenzamos a hablar. Yo lo pregunté sobre las diferencias entre católicos y ortodoxos… el purgatorio, el dogma de la Inmaculada Concepción, las diferencias litúrgicas en la celebración de la eucaristía… era una persona muy culta, en ese momento el director del instituto bíblico-teológico y me contó que estaba enfrascado en el comentario de algunos libros de la Escritura.

Finalmente, llegamos a lo que los libros dicen que es el gran punto de discrepancia entre católicos y ortodoxos… el filioque. Una palabra que en occidente añadimos al credo a partir del siglo VIII, para explicar mejor la procedencia del Espíritu Santo. “Que procede del Padre y del Hijo” -decimos nosotros- y ellos mantienen lo que se escribió en el siglo IV: “creo en el Espíritu Santo, que procede del Padre”…

¿Qué pensaba él sobre esta diferencia tan importante? Algo que toca el centro de nuestra fe: el misterio de la Santísima Trinidad. Realmente, ¿estamos diciendo cosas tan distintas? -le pregunté yo.

Él simplemente me contestó: –¿pero usted sabe exactamente cómo es la procedencia del Espíritu Santo? Nos reímos los dos y allí acabó la discusión.

Hoy celebramos la fiesta nuclear de nuestra fe. Cómo es el Dios en el que creemos. Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Dios es uno, pero es tres.

Desde el inicio del cristianismo hemos confesado esta Verdad, porque la recibimos del Señor.

Y junto a la confesión, ha habido todo un esfuerzo intelectual de explicación del misterio. Demostrar que el hecho de que sea un misterio no significa que sea ilógico o irreal. No somos adoradores de un burro crucificado, como decía ese joven romano burlándose de Alexámenos.

Y ya desde los primeros siglos se intenta explicar. Se utilizan conceptos de la filosofía griega. Oussia, prosopon, hipostasis, fisis… esencia, persona, naturaleza

Una esencia divina, en la que subyacen (hipostasis: están debajo) tres personas.

Muchos padres de la Iglesia han escrito sobre la Trinidad. San Agustín escribió su famoso de Trinitate, un extenso tratado sobre este misterio.

Unos siglos más tarde, Santo Tomás, recogiendo la tradición anterior, hace una explicación… y, por supuesto, no pretendo aquí enmendarle la plana al Aquinate. Todo lo que ha escrito nos ayuda; pero no deja de ser un poco gracioso.

Me imagino a Santo Tomás hablando con nosotros. -¿Cómo pueden ser tres personas un solo ser? -Mira: porque el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son "relaciones subsistentes" (S Th I, q.40, a.2, ad.1)…

¡Ah! Gracias Tomás, pero me explicas algo que no entiendo, con algo que tampoco entiendo…


Nunca hemos visto una Paternidad andando, o una Filiación hablando, o una Espiración amorosa amando…

Por eso, cuando se intenta explicar un misterio con la razón, resulta todavía más misterioso.

Santo Tomás es el gran arquitecto de la Teología Trinitaria escolástica. Sus biógrafos cuentan que unos tres meses antes de morir, el 6 de diciembre de 1273 Tomás celebra la Misa de San Nicolás. Durante la celebración le ha ocurrido algo extraño, probablemente místico y al mismo tiempo cerebral. Tomás ha quedado como fuera de sí.

Al terminar la Misa no se siente con fuerzas para proseguir su trabajo. Cuando fray Reginaldo le insta para que vuelva a dictar a los secretarios, a dar lecciones, a finalizar la obra, Tomás se resiste, confiesa que no puede, que hay algo que se lo impide.

Ante las nuevas insistencias le dice la causa: –Reginaldo, no puedo, ante lo que ya he visto, lo que he escrito mihi palea videtur, me parece paja (Tocco: Ystoria, 37, 347).

Su obra es inmensa. Hoy la medimos contando más de ocho millones de palabras, más de 500 cuestiones disputadas, más de diez mil artículos en sólo la Summa Theologiae.


Pero, Tomás que pasa su vida intentando responder a la pregunta: ¿quién es Dios? Cuando lo ve, dice: todo lo que he dicho es paja.

Hoy celebramos este misterio. Dios es uno y trino… y es mucho más grande, mejor y mucho más bello de lo que nosotros podamos entender, ni siquiera imaginar.

Ante las explicaciones del misterio de la Trinidad, me imagino a Dios riéndose y diciendo: pero ¿de verdad estás intentando explicarme? ¿de verdad estás intentando comprenderme?… ¡Qué pretenciosos estos humanitos que he creado!

Por todo esto, cada vez me cae más simpático Anselmo de Canterbury, que en su Monologium, al hablar de la Trinidad dice: “en la Trinidad hay una unidad a causa de la esencia y una trinidad a causa de tres no-se-qué (nescio quid)”.

Algo parecido decía San Agustín, después de sentar las bases de la teología trinitaria decía: “Dictum est tamen tres personae, non ut illud diceretur, sed ne taceretur; se ha hablado de tres personas no para decir esto, sino para no callar” (De Trinitate, V, 9, 10).

En otras palabras, San Agustín viene a decir: hablamos, no porque sepamos algo, sino por no callar.

No es la fiesta de hoy, una fiesta para dar explicaciones teológicas. Sino para el asombro. Para disfrutar de ese sentimiento que nos invade en la cima de un monte, al contemplar la grandeza de las montañas… o al experimentar la fuerza y la inmensidad del mar… o al reflexionar sobre la energía del sol… Todo esto –criaturas de Dios-, es un atisbo de la grandeza del creador.

Mas que a entender; hoy se nos invita a entender que no entendemos.

A contemplar; que es comprender sin entender.

San Juan apóstol -en la teología oriental se le llama, San Juan el teólogo-, cuando habla de Dios es simple: Dios es luz (1 Jn 1, 5), Dios es amor (1 Jn 4, 8).

San Anselmo cuando tiene que elaborar el misterio de la Trinidad asegura que dos son los conceptos que más le ayudan: espíritu y amor.

Un Dios, una Luz, un Amor, un Espíritu… pero tres personas. Tres hipóstasis. Tres nescio quid (no-sé-qué) con las que podemos tener un trato personal especial.

Vamos no tanto a entender, sino a contemplar. A llegar a conocer, no tanto por la razón, sino por la contemplación, por la connaturalidad.

Hay hijos míos –afirma San Josemaría- una ciencia a la que solo se llega con santidad”. No es otra cosa la santidad que connaturalidad con el Amor.

Aprender del amor Padre, del amor Hijo, del amor Espíritu Santo.

La fiesta de hoy es una invitación a una nueva forma de conocer: la contemplación a través del amor.

"Y cuando ellos te digan que no entienden la Trinidad y la Unidad, les respondes que tampoco yo la entiendo, pero que la amo y la venero. Si comprendiera las grandezas de Dios, si Dios cupiera en esta pobre cabeza, mi Dios sería muy pequeño..., y, sin embargo, cabe en mi corazón, cabe en la hondura inmensa de mi alma, que es inmortal". (San Josemaría Escrivá de Balaguer, respuesta a una pregunta en Venezuela, 9-II-1975: Catequesis en América, III, p. 75; AGP, Biblioteca, P04).

Contempla. Conoce con el corazón.

Contempla, mira a Dios Padre: en la parábola del Hijo pródigo, en las conversaciones de Jesús con Él, viendo a su Hijo sufrir en la cruz… contémplale y le conocerás por el amor.

Mira a Dios Hijo: en Belén, en Egipto, en su Pasión y Muerte, hablándote y mirándote en cada página del Evangelio… contémplale y le conocerás por el amor.

Mira a Dios Espíritu Santo: revoloteando sobre las aguas de la historia y a la vez inspirando en el fondo de tu alma… contémplale y le conocerás por el amor.



Enrique Bonet Farriol

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1 Comment


tomae c
tomae c
Jun 06, 2020

A mí el Rosario, la Virgen..me ayuda a acercarme al misterio de la Santísima Trinidad, en concreto las tres avemarías que se rezan tras el quinto misterio. Dios te salve María, Hija de Dios Padre, Esposa de Dios Espíritu Santo, Madre de Dios Hijo... y lo hago en este orden, según la cronología de la vida de la Virgen María... (y los misterios de Gozo) ya se sabe a Dios se llega con/por María...Templo y Sagrarío de la S.T.

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