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  • Enrique Bonet

Te quiero ver

Actualizado: 10 jul 2021




No sé como te pilla este año. Cada uno es cada uno, con sus cadaunadas... con sus circunstancias.

A veces uno empieza la Cuaresma motivado, recordando esas historias que ha oído de cómo Juan Pablo II perdía varios kilos durante estos cuarenta días.

A veces uno empieza sin ningún tipo de aliciente. Es decir, la cuaresma quizás no te hace ninguna especial ilusión. No te apetece especialmente “darte caña”... ya bastante caña te da la vida, quizás piensas. Y aquí estamos en el primer domingo de estos cuarenta días.


Quizás has leído la homilía de San Josemaría de inicio de cuaresma.


Hemos entrado en el tiempo de Cuaresma: tiempo de penitencia, de purificación, de conversión. No es tarea fácil. El cristianismo no es camino cómodo: no basta estar en la Iglesia y dejar que pasen los años. En la vida nuestra, la conversión primera –ese momento único, que cada uno recuerda, en el que se advierte claramente todo lo que el Señor nos pide– es importante; pero más importantes aún, y más difíciles, son las sucesivas conversiones [1].


Es el primer párrafo de la homilía y aparecen: cuatro veces la palabra conversión, difícil, incómodo...


Conviértete y cree en el evangelio.


Se nos puede presentar la Cuaresma con un aire antipático... como la solemos representar en Cataluña. Si pones en google “cuaresma dibujo” te salen muchos dibujos de niños recibiendo la ceniza o carteles de “oración, ayuno y limosna”.

Si pones “quaresma dibuix”, los veinte primeros resultados son una señora vieja con siete piernas y un pescado en una mano y una cesta de verduras en la otra... somos un poco cenizos a la hora de ver la cuaresma.


Sin embargo, el esfuerzo, la mortificación, la conversión tiene raíces de amor. Y si las descubrimos, entonces, como el regaliz, podremos saborear la cuaresma, vivirla de una forma diferente.


Un autor espiritual escribía sobre esto: Esta semana me encontré leyendo la Biblia unas palabras de amor humano, que son divinas. Son el estribillo de una canción del Cantar de los Cantares que le canta el amado a su amada.

Dice así: «¡Vuélvete, vuélvete, Sulamita! Date la vuelta, date la vuelta que te quiero ver» (Cant 7,1).

En realidad parece que más que cantar invitan a bailar: «¡Vuélvete, vuélvete, Sulamita! Date la vuelta, date la vuelta, que te quiero ver».

En hebreo suena bien: šubi, šubi šulamit, šubi, šubi… hasta tiene su ritmo. El verbo šub significa «volver, darse la vuelta», pero es el verbo que en la Biblia Hebrea también significa «convertirse».

Esas palabras del Cantar nos ayudan a comprender lo que está pasando hoy. Dios, el amado, nos invita a cada uno a bailar diciéndonos: «conviértete, date la vuelta, que te quiero ver».

La invitación a la conversión no es la riña de alguien exigente que está enfadado con lo que hacemos, sino una llamada amorosa a que demos media vuelta para encontrarnos cara a cara con el Amor. Nadie nos empuja para reñirnos. Alguien que nos quiere se ha acordado de nosotros y nos envía un mensaje para que nos veamos y hablemos a fondo, abriendo el corazón [2].

Date la vuelta. Mírame a la cara. Esto es la cuaresma.

Date la vuelta y date cuenta que hay alguien que te ama, que te quiere, que quiere mirarte, que quiere hablarte... y ese es Dios.

La cuaresma es un encuentro de miradas de dos novios en la estación repleta de gente, la madre que descubre los ojos de su hijo al abrirse las puertas de salida de la zona de embarque en el aeropuerto,...


Éste es el esfuerzo, ésta es la dificultad: vencer la resistencia a mirar, apartar lo que nos distrae de esta mirada de amor de Jesús que nos está esperando en medio del ruido de la gente.

-Jesús, ayúdame a darme la vuelta i mirarte en esta cuaresma.


Cuaresma es el esfuerzo que hacen los esposos por volver a mirarse. Mirarse cuando llegan a casa, cuando se despiden por la mañana, cuando cenan... Mirarse a los ojos.


-Jesús, yo esta cuaresma quiero mirarte en la oración. Mirarte en la Hostia cuando te recibo cada mañana, mirarte en la imagen del oratorio y en la de la habitación. Mirarte al hacer el ofrecimiento de obras. Mirarte en el sagrario... y ver tus ojos.


...comenzamos la cuaresma, el Señor nos llama con amor: šubi, šubi šulamit, šubi, šubi… «vuélvete, date la vuelta que te quiero ver» [3].

Mortificaciones, sacrificios... queremos que nos lleven a esto: a ver tu rostro.

Mortificaciones que nos ayuden a rezar más, a estar más atentos a ti en la oración, a estar pendientes de tu sangre en la Misa.


Conversión es algo más que arrepentirse de unos pecados. Es algo más que borrar unas manchas. Tiene más que ver con la dirección hacia la que mira nuestra vida.

El Papa Francisco, siempre sugerente, nos decía el miércoles de ceniza.

La cuaresma es un viaje que implica toda nuestra vida, todo lo que somos. Es el tiempo para verificar las sendas que estamos recorriendo, para volver a encontrar el camino de regreso a casa, para redescubrir el vínculo fundamental con Dios, del que depende todo. La cuaresma no es hacer un ramillete espiritual, es discernir hacia dónde está orientado el corazón.

Este es el centro de la cuaresma: ¿Hacia dónde está orientado mi corazón? Preguntémonos: ¿Hacia dónde me lleva el navegador de mi vida, hacia Dios o hacia mi yo? ¿Vivo para agradar al Señor, o para ser visto, alabado, preferido, puesto en el primer lugar y así sucesivamente? ¿Tengo un corazón “bailarín”, que da un paso hacia adelante y uno hacia atrás, ama un poco al Señor y un poco al mundo, o un corazón firme en Dios? ¿Me siento a gusto con mis hipocresías, o lucho por liberar el corazón de la doblez y la falsedad que lo encadenan?” [4].

A esto nos llevan nuestras mortificaciones.

Esto es nuestra lucha contra el pecado, un reorientarnos.

Sigue diciendo Varo: En hebreo «pecado» se dice jattat.

¿Y sabéis cuál es en la Biblia el antónimo de jattat? En español tal vez diríamos que lo contrario de pecado es «buena acción», o algún teólogo diría que «gracia». En hebreo, el antónimo de jattat es šalom, paz. Esto quiere decir que para la Biblia ni «pecado» ni «paz» son exactamente lo mismo que para nosotros.


En el libro de Job se dice que aquel hombre al que Dios invita a reflexionar y cambia, experimentará šalom (la paz) en su tienda y cuando revisen su morada, no habrá jattat (no faltará nada) (cfr. Jb 5,24). Eran nómadas y para ellos la tienda era su casa. Una casa está en «pecado» cuando falta algo necesario o cuando lo que hay está desordenado. Está en «paz» cuando da gusto verla y estar allí: todo bien instalado, limpio y en su sitio.


Vamos a mirarnos por dentro en Cuaresma... tal vez nuestra alma y nuestro corazón están (…) con la cama si hacer, la mesa sin quitar los restos de la cena, con unos periódicos tirados por encima del sofá, o el fregadero lleno de platos esperando que alguien los lave. ¡Qué a gusto se queda el alma y el corazón cuando limpiamos los cacharros, y ponemos orden! Por eso en la confesión, cuando hacemos zafarrancho de limpieza en el jattat que llevamos por dentro, nos dan la absolución y nos dicen «vete en paz (šalom)», estás en orden [5].


Cuaresma es mirar a Cristo y poner orden en el alma. Cuaresma es paz.

Cuando le miramos más -cuando rezamos más- tenemos paz, porque damos importancia a lo que la tiene y podemos relativizar lo que es coyuntural.


-Cuando miramos tus ojos Señor, descubrimos lo que tiene eco de eternidad... y aprendemos a no agobiarnos por lo que es ceniza.


Convertirse del pecado, dar la espalda a aquello que nos engaña, que nos distrae de lo importante, que nos agobia, que nos hace perder la paz.

Mirar a Cristo y tener paz. Tener orden en mi tienda, en mi alma, en mi vida.


Ésta es la mortificación de cuaresma: el esfuerzo por no perder tu mirada, Jesús.


Unamuno escribe estas palabras pensando en Cristo, en el Cristo de Velázquez:


...Señor, que cuando al fin vaya perdido

a salir de esta noche tenebrosa

en que soñando el corazón se acorcha,

me entre en el claro día que no acaba,

fijos mis ojos de tu blanco cuerpo,

Hijo del Hombre, Humanidad completa,

en la increada luz que nunca muere;

mis ojos fijos en tus ojos, Cristo,

mi mirada anegada en Ti, Señor! [6].


Comenzamos la cuaresma, el Señor nos llama con amor: šubi, šubi šulamit, šubi, šubi… «vuélvete, date la vuelta que te quiero ver».

Vuelve a nosotros, Madre nuestra, esos tus ojos misericordiosos y muéstranos a Jesús.

Madre, danos la fuerza para seguir los ojos de Jesús, durante esta cuaresma. Que sea capaz de realizar el esfuerzo de mantener la mirada de tu Hijo.

Nos ayudará mirar mucho a San José...


Y mirar a María. Los ojos de Maria son otro remanso de paz... lo contrario de pecado.

Los ojos de María... fuente de paz, fuente de esperanzo porque...

“Unos dicen que son negros otros que son azules sus ojos, pero yo se por la Salve que son misericordiosos” [7].



Enrique Bonet




 

[1]. San Josemaría, La conversión de los hijos de Dios, 57.

[2]. Francisco Varo, Comenzar la Cuaresma. [3]. Ibid. [4]. Papa Francisco, Homilía el miércoles de ceniza, 17 de febrero de 2021.

[5]. Francisco Varo, Comenzar la Cuaresma.

[6]. Miguel de Unamuno, Al Cristo de Velázquez.

[7]. Cf. Enrique Monasterio, Meditación sobre la Salve.

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