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Enrique Bonet

El Papa magnético

¡Hace 15 años que se nos fue! No es tanto tiempo.

Con una plaza de San Pedro llena de gente. Rezando. La víspera de la Divina Misericordia. Todos mirando a la habitación del Papa… Al cabo de un rato, un obispo anunciaba en la plaza la muerte del Papa polaco.

Las luces todavía encendidas de la estancias papales hablaban de una presencia distinta. Rezaron una Salve.

Después. Un río de gente. Polacos. Millones de polacos…

Y millones de otras gentes. Y más tarde, miles de minutos de televisión hablando de la vida de este Papa… insólito. Increíble.


Recorrió casi un millón trescientos mil km haciendo viajes apostólicos. Escribió lo que no está escrito: catorce encíclicas, exhortaciones apostólicas, cartas... ríos de tinta.

Pero lo más impresionante de Juan Pablo II no es cuánto viajó o lo que escribió. Ni siquiera el gesto de perdón a Ali Agca…


No. Así como Albino Luciani: Juan Pablo I, en trenta y tres días se ganó el apodo del “Papa de la sonrisa”. Juan Pablo II fue el Papa magnético; tenía magnetismo.

¿De dónde surgía este atractivo? Algunos hablaban de su pasado como actor. De que era bastante guaperas. Cómo olvidar las fotos esquiando. Las fotos afeitándose junto a un lago o practicando piragüismo… El otro día vi una foto en la que sale vestido de Cardenal -seguramente a la salida de una sesión del Concilio- y con unas gafas de sol tipo Ray-Ban clásicas…


Y lo ves, y es magnético... De hecho, se veía en las audiencias en la sala Pablo VI… Aparecer por el pasillo central y era como si saliera Ed Sheran… gritos alocados de todo el público.


Era atractivo… pero no por algo físico, era una fuerza magnética. Algo que te hacía decir: yo quiero irme a hacer piragua con este cura… o quiero estar en la audiencia con este Papa,… y esperaré las horas que haga falta.

Algo que hacía que un ateo dijera que quería ver al Papa y hacerle una pregunta o una persona que había perdido la fe… o el propio que había intentado asesinarle.

El Papa magnético.

Don Javier Echevarría escribió un artículo en el ABC con ocasión de la beatificación del Papa polaco.

“Desde hace años se escuchan testimonios de jóvenes y menos jóvenes, que se han sentido atraídos por Cristo gracias a las palabras, al ejemplo y a la cercanía de Juan Pablo II. Con la ayuda de Dios, unos han emprendido un camino de búsqueda de la santidad sin cambiar de estado, en la vida matrimonial o en el celibato; otros, en el sacerdocio o en la vida religiosa. Se cuentan por muchos millares, y a veces se les denomina «la generación de Juan Pablo II».

¿Cuál fue el secreto de la eficacia evangelizadora de este extraordinario Pontífice? Es evidente que Karol Wojtyla fue un incansable defensor de la dignidad humana, un pastor solícito, un comunicador creíble de la verdad y un padre, tanto para creyentes como para no creyentes; pero el Papa que nos ha guiado en el paso del segundo al tercer milenio ha sido, ante todo, un hombre enamorado de Jesucristo e identificado con Él.

«Para saber quién es Juan Pablo II hay que verlo rezar, sobre todo en la intimidad de su oratorio privado», escribió uno de los biógrafos de este santo Pontífice ”. [1]

Este era el secreto del atractivo del Papa, y este es el único atractivo al que vale la pena aspirar: el magnetismo que surge del contacto con Dios.

En una entrevista, Joaquín Navarro Valls cuenta que «la oración era para él como respirar, era constante, necesaria e intensa». Cuenta que a veces se olvidaba de quién estaba a su lado y no se daba cuenta del tiempo que pasaba, debido a su total concentración en la oración. Se sumergía en Dios.

En algunos días de sus vacaciones en el Valle de Aosta, localidad italiana de la cordillera de los Alpes, la luz de la capilla de la casa donde se alojaba permanecía encendida desde las tres de la mañana hasta el amanecer.

«No sabía perder un minuto sin dedicarlo a rezar. Para eso no tenía nunca prisa» [2].

Desde pequeño Karol fue despojado de todo. De lo material -vivió modestamente-, pero también de toda seguridad. Murió su madre cuando él tenía nueve años, después su hermano. Cuando era un joven de veintiún años, muere su papá. Se queda solo en el mundo. Jesús, Tú le despojaste de todo, para que fuera más consciente de dónde está nuestra riqueza. Dónde está nuestra seguridad. Dónde está nuestro refugio, nuestra fortaleza.

Es Dios. El único asidero es Dios.

“Una de las últimas fotografías de su caminar terreno lo retrata en su capilla privada mientras sigue, a través de una pantalla de televisión, el rezo del Vía Crucis que tenía lugar en el Coliseo.

Aquel Viernes Santo de 2005, Juan Pablo II no pudo presidir el acto con su presencia física, como en los años anteriores: ya no era capaz ni de hablar ni de caminar. Pero en esa imagen se aprecia la intensidad del momento que estaba viviendo.

Aferrado a un gran crucifijo de madera, el Papa abraza a Jesús en la Cruz, aproxima a su corazón al Crucificado y lo besa.

La imagen de Juan Pablo II, anciano y enfermo, unido a la Cruz, es un discurso tan elocuente como el de sus palabras vigorosas o el de sus extenuantes viajes” [3].


Después de toda una vida; desaparecido el atractivo de la juventud, de la energía; desaparecida incluso la capacidad de hablar, de comunicarse; en esta imagen queda reflejado el corazón del Papa. El núcleo, el motor del Pontífice. El secreto magnético: el abrazo con Cristo… y Cristo en la Cruz.


En el funeral de Juan Pablo II, el entonces cardenal Ratzinger habló del Evangelio en el que se narra el encuentro de Pedro y Cristo resucitado.


“"Sígueme", dice el Señor resucitado a Pedro, como su última palabra a este discípulo elegido para apacentar a sus ovejas. "Sígueme", esta palabra lapidaria de Cristo puede considerarse la llave para comprender el mensaje que viene de la vida de nuestro llorado y amado Papa Juan Pablo II”.

“"Sígueme". En octubre de 1978 el cardenal Wojtyla escucha de nuevo la voz del Señor. Se renueva el diálogo con Pedro narrado en el Evangelio de esta ceremonia: "Simón de Juan ¿me amas? Apacienta mis ovejas".

A la pregunta del Señor: Karol ¿me amas?, el arzobispo de Cracovia respondió desde lo profundo de su corazón: "Señor, tu lo sabes todo: Tú sabes que te amo".

El amor de Cristo fue la fuerza dominante en nuestro amado Santo Padre; quien lo ha visto rezar, quien lo ha oído predicar, lo sabe. Y así, gracias a su profundo enraizamiento en Cristo pudo llevar un peso, que supera las fuerzas puramente humanas: Ser pastor del rebaño de Cristo, de su Iglesia universal” [4].


Y esto es a lo que estamos llamados nosotros. Fundamentar nuestra vida en la oración, en Dios… entonces seremos capaces de responder sí, a cualquier “¡Sígueme!”.


Así terminó Ratzinger su homilía: “Ninguno de nosotros podrá olvidar como en el último domingo de Pascua de su vida, el Santo Padre, marcado por el sufrimiento, se asomó una vez más a la ventana del Palacio Apostólico Vaticano y dio la bendición "Urbi et Orbi" por última vez. Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice.

–Sí, bendícenos, Santo Padre” [5].

 

[1]. La transparencia cristiana de Juan Pablo II, J. Echevarría. ABC.

[2]. Navarro Valls: 'La oración era para Juan Pablo II como respirar', Zenit.

[3]. La transparencia cristiana de Juan Pablo II, J. Echevarría. ABC.

[4]. Misa de exequias del difunto Pontífice Juan Pablo II, Card. Joseph Ratzinger, Vatican.va.

[5]. Ibidem.

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