top of page
  • Enrique Bonet

Silencio. Un cadáver nos habla

Actualizado: 12 sept 2020

Su cabeza en las rodillas de la madre

sus pies en las rodillas de la Magdalena

a la luz agonizante de un día eterno

alrededor estrellas a punto de aparecer

María cubre de besos el rostro desfigurado

Magdalena de lágrimas los pies heridos

lentamente terminan de besarlo, besarlo se suceden una dos tres eternidades…

comienzan a limpiarlo con más cuidado que si estuviera vivo

María le desprende la corona de espinas

con tanta precaución como si la cabeza pudiera resucitar de un dolor muy brusco

el universo observa con curiosidad esa corona azul

la herida del costado mira como un abismo

María limpia y lava la faz del mundo

cuánta noche estrellada hasta llegar a los pies

a los ojos llorosos de la Magdalena

la tierra se despide como una madre

besos, eternidad de besos sobre Jesús, adiós” [1].


Y así también nosotros, besándole, besándole en los oficios. Besándole en el Crucifijo. Besándole en la noche, eternamente besándole… así le dejamos ayer en el sepulcro.

Se cierra la roca corredera de la esperanza. Sellado el sepulcro.


Fin.


Noche de Viernes Santo. La noche más oscura de la humanidad.

Pasó una noche, paso una mañana: Sábado Santo.

Este es el día sábado el más vacío

éste es el día sábado de la nada cuando Dios descansó de su existencia

cuando los hombres no piensan en nada

cuando la historia dijo hasta aquí hemos llegado

porque el cuerpo de Dios descansa en paz” [2].


Sábado Santo. Silencio.

Enmudece la naturaleza. Este día parece que hasta los pájaros callan. Los cuervos graznan en sordina, para no despertar a la tierra.

El viento sopla de puntillas, y hasta el trigo no se atreve a crecer hoy.

El mundo se queda hoy en stand by. Sábado Santo. Silencio cósmico.

Ni siquiera la liturgia habla hoy. Día de luto universal. Jornada de reflexión. Silencio.


Desde tu muerte a tu resurrección, Tú Señor, has querido que hubiera un día entero de silencio.

Hoy, desde el abismo del sepulcro sigues siendo maestro. Y nos sigues dando lecciones sin decir nada. Las mejores lecciones son las que se dan callando.

Tú has querido el silencio, porque el silencio es necesario, el silencio dice mucho.


El silencio de José ante los planes de Dios. No entiende nada, incluso le parece absurdo, pero José callando, habla y confiesa: Creo en ti Dios mío. No entiendo nada, pero me fío de ti.

Y me levanto y tomo a María en mi casa.

Y me levanto, dejo todo y me voy a Egipto. Y comienzo una nueva vida allí.

Todo eso dice José… callando.


María es también catedrática de silencios.

María, guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón (Lc 2, 19).

María calla y asimila en silencio. Calla, porque en el silencio se oye el eco de la voz de Dios.

El silencio es el lugar de la ponderación.

Es silencio es el rumiar del alma. El momento en que lo que se tragó –lo que la vida nos hizo tragar- vuelve a la boca para ser gustado, para ser asimilado y comprendido en su justa medida.

El silencio es como la inmovilización de la fractura después del traumatismo. Es el tiempo necesario para reparar lo que se rompió y así se haga todavía más fuerte.

El silencio es el momento en que nos hacemos más conscientes.

Por eso, Tú Señor, quisiste un día de silencio universal después de tu pasión y tu muerte.

El silencio parece ausencia, pero es tiempo de elocuencia. De verborrea divina.

Por eso Tú, Señor, haces pausas. Te paraste al terminar la creación. Te paraste en silencio cuarenta días antes de comenzar a predicar. Detenías el tiempo en tus noches de oración y suspendías el tiempo en la tormenta, mientras rezabas…

El Triduo Pascual es un tercio de silencio.

Sin embargo, vivimos en un mundo de terror al silencio.

"Distraerte. —¡Necesitas distraerte!..., abriendo mucho tus ojos para que entren bien las imágenes de las cosas, o cerrándolos casi, por exigencias de tu miopía"...

Ruido. Imágenes, canciones, Spotify Premium, escucha música sin conexión. Escucha algo siempre.

Mira algo siempre, Youtube, Instagram,… da igual que sean tonterías… no vayas a quedarte en silencio contigo mismo…

Habla, whatsappea, habla a tu mejor amiga, a tu novio, a tus padres,…

Grita, quéjate al supermecado, quéjate de los políticos, quéjate al cosmos y escribe un twiter, quéjate a la nada… pero grita… no te quedes callado. No escuches. Habla.

El hombre de hoy, especialmente el que está inmerso en la metrópoli, se halla continuamente bajo el impacto de palabras y rumores vacíos y variados que lo destruyen: ruidos de máquinas, alaridos de los que pasan, desorden de un turismo frenético de masa, prisa por llegar a punto a la cita y no dejar pasar los plazos, señales de circulación, publicidad por todos los rincones, escritos en las paredes..., toda una orgía de estrépitos y algarabías”. (R. Fisichella)

Ruido. Ojo, no te quedes en silencio.

El silencio es pecado. Es soledad. Es aislamiento. Es fracaso… y está prohibido fracasar. O que piensen que has fracasado.

"Distraerte. —¡Necesitas distraerte!..., abriendo mucho tus ojos para que entren bien las imágenes de las cosas…

¡Ciérralos del todo!: ten vida interior, y verás, con color y relieve insospechados, las maravillas de un mundo mejor, de un mundo nuevo: y tratarás a Dios..., y conocerás tu miseria..., y te endiosarás... con un endiosamiento que, al acercarte a tu Padre, te hará más hermano de tus hermanos los hombres" [3].

Es lo mismo que recomendaba Kierkegaard que dice "el estado actual del mundo, la vida entera, está enferma. Si yo fuera médico y alguien me pidiera un remedio, respondería: crea el silencio, lleva al hombre al silencio".


Para. Calla. Apaga la música, apaga el móvil… Deja entrar al silencio… envolverte por la bruma del silencio… no tengas miedo… y empezarás a oír una nueva música.

Y empezarás a entender el porqué…

Por qué en Belén decidí nacer mudo.

Por qué esperé un año, como todos los niños, para empezar a hablar.

Por qué, callé en una aldea de Galilea hasta los treinta.

Por qué callé ante Herodes y ante Pilatos callé.

Por qué callé en la flagelación y en la coronación de espinas…

Por qué en la cruz sólo dije siete palabras… y después dejé que la muerte me callara.

¿Por qué? Porque en todos estos silencios, en realidad estoy hablando… para el que sabe escuchar…

Calla y escucha y empezarás a entender… a entenderte…


Un famoso psiquiatra, Jung, parece hacer eco a Pascal: "El ruido es bienvenido, porque se impone a la advertencia instintiva del peligro que hay en nosotros. El que tiene miedo de sí mismo, busca compañías ruidosas y rumores estrepitosos. El ruido da cierto sentido de seguridad, como la locura; por eso se lo busca. El ruido nos protege de penosas reflexiones, destruye los sueños inquietantes..., es tan inmediato y tan predominantemente real que todo lo demás se convierte en un pálido fantasma". Es como un porro para adormecer la conciencia.

El silencio en cambio, como la sequía, hace que las raíces ahonden. Nos hace más profundos… más humanos.

San Ignacio de Antioquía sentencia "es mejor callarse y ser, que hablando no ser”.

¡Cuanto superficial! ¡Cuánta gente que dice mucho y hace poco! Mucho ruido y pocas nueces.

Nosotros Señor queremos ser como Tú. Hablas, haciendo. Hablas, siendo.

Hablas en el silencio de la muerte y del sepulcro y nos revelas la profundidad del amor Trinitario.

El Dios que muere en Jesús es el Dios que ama; pero su silencio indica hasta qué punto ama: hasta darlo todo, hasta hacerse muerto entre los muertos, para que se exprese así el límite, el punto extremo, que viene a ser el punto original, del amor de Dios.



Enrique Bonet

 

[1]. JM Ibáñez Langois, El libro de la Pasión.

[2]. Ibid.

[3]. San Josemaría, Camino, 283.

117 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo
bottom of page