En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna… (Io 3, 13-16).
La liturgia de la fiesta de hoy y de mañana nos llevan a esta elevación que tuvo lugar en la Calvario. Una elevación salvadora: La cruz.
Y el 14 de septiembre celebramos la exaltación de la santa Cruz. Algo que parece una contradicción. La exaltación de la victoria del mal. La exaltación de la tortura del justo.
Y nos vienen a la cabeza los cantos del siervo de Yahvé del profeta Isaias:
Despreciable, varón de dolores …
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron (Is 53,4-5).
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación (vv. 10.11).
Es la historia de una gran injusticia… Algo que no entendemos; pero queremos ver la escena desde otra perspectiva que quizá nos ayude a entenderla.
La madre piadosa estaba
junto a la Cruz y lloraba,
mientras el Hijo pendía.
Cuya alma triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.
Stabat Mater: Allí estaba María. Viendo esta injusticia. Y por eso celebramos la dolorosa el día después de la Cruz. Para que nos dé la optica necesaria.
Qué ve María a parte de lo que veían todos?
Cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena.
María tiene un corazón sencillo y ve lo que ven los niños.
Una vez una abuela iba con su nieta paseando por una ciudad. Una nieta pequeña de escasos dos o tres años.
Vieron una Iglesia y decidieron entrar para hacer una visita a Jesús
No habían estado nunca en ese lugar y al entrar, les llamó la atención un crucifijo de tamaño natural con un realismo especial.
Hay muchos tipos de cruces… y muchas son cruces poéticas: cruces de plata, cruces doradas, cruces labradas en madera, lisas, pulidas, de color tostado. Algunas son obras de arte, finas, de marfil, blancas… parecen suaves…
Ésa no. Era un crucifijo grande y ensangrentado. Realista. Como la película de Mel Gibson, que algunos dicen que es muy sangrienta; pero éso es lo que fue.
Y esta niña pequeña, que se topaba por primera vez con una Cruz así… con una cruz real se quedó petrificada; y casi llorando, le dijo a su abuela:
– ¿Quién le ha hecho esto a Jesús?
Jesús. Ella conocía al niño Jesús y al Jesús de los dibujos de los evangelios, con túnica, predicando. Pero esto ¿quién se lo ha hecho a Jesús?
Hoy Tú nos invitas a mirar la Cruz así, los niños. Como la miraba María:
Por los pecados del mundo
vio Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre;
Y muriendo al Hijo amado,
que rindió, desamparado,
el espíritu a su Padre.
¿Quién te ha hecho esto?
San Josemaría da una primera contestación:
¡Cuánta miseria! ¡Cuántas ofensas! Las mías, las tuyas, las de la humanidad entera...
Et in peccatis concepit me mater mea! (Ps L,7). Nací, como todos los hombres, manchado con la culpa de nuestros primeros padres. Después..., mis pecados personales: rebeldías pensadas, deseadas, cometidas...
Para purificarnos de esa podredumbre, Jesús quiso humillarse y tomar la forma de siervo (cfr. Phil II,7), encarnándose en las entrañas sin mancilla de Nuestra Señora, su Madre, y Madre tuya y mía. Pasó treinta años de oscuridad, trabajando como uno de tantos, junto a José. Predicó. Hizo milagros... Y nosotros le pagamos con una Cruz (Via Crucis).
La Cruz, cuando la miramos como los niños, cuando nos despojamos de la ceniza del acostumbramiento que nos nubla la vista, entonces vemos el Amor. Por eso hoy el Evangelio no describe la escena del Calvario, no nos habla de los hechos del Gólgota sino del motivo del Gólgota: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
La cruz vista así… abre las puertas, las puertas del corazón.
En una homilía, contaba Benedicto XVI que en la antigua liturgia del domingo de Ramos, el sacerdote, al llegar ante el templo, llamaba fuertemente con el asta de la cruz de la procesión al portón aún cerrado, que a continuación se abría.
Era una hermosa imagen para ilustrar el misterio de Jesucristo mismo que, con el madero de su cruz, con la fuerza de su amor que se entrega, ha llamado desde el lado del mundo a la puerta de Dios; desde el lado de un mundo que no lograba encontrar el acceso a Dios.
Con tu Cruz, Señor, abres las puertas del corazón endurecido. ¡Como le cambió la vida a santa Teresa de Jesús la visión de tus llagas, al ver ese Cristo tan llagado! La Cruz abrió su corazón y cambió.
Señor, enséñanos a mirar la Cruz así; como una cruz de la que los pecados de los hombre son la causa (mis pecados). Pero una Cruz que también es la victoria sobre mis pecados.
Por eso la Cruz preside las Iglesias, muchos colegios, las habitaciones… hasta algunos dormitorios.
Por eso San Francisco Javier, ¿qué les enseñaba primero a los indios de Goa? A hacerse la señal de la cruz.
¿Qué empuña el sacerdote en un exorcismo? La cruz
Por lo que decía san Pablo: Y yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui anunciándoos el testimonio de Dios con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues resolví no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado (1 Cor 2, 1-2).
San Pablo dice: el Cristo que yo predico es el que está en la Cruz. No es el happy-Jesús. El Jesús-no-pasa-nada. El todo el mundo es bueno.
No. El mal existe y yo lo he cargado en la cruz. El pecado existe y yo me he hecho pecado, como dice san Pablo: Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.
¿Por qué a veces quizás notamos que en la predicación de la Iglesia –quizás a veces a mi- nos falta fuerza? Porque quizás falta predicar como predicó san Pablo: no fui anunciándoos el testimonio de Dios con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues resolví no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado.
Quizás falta fuerza porque falta Cruz, porque hemos quitado la Cruz.
Y predicar con Cruz significa que hay pecado, que hay batalla, que el pecado -como decía San Josemaría- no se reduce a una pequeña “falta de ortografía”: es crucificar, desgarrar a martillazos las manos y los pies del Hijo de Dios, y hacerle saltar el corazón (Surco 993).
La cruz nos ayuda a ver la realidad en su verdad y en su seridad… y en su felicidad.
El Prelado del Opus Dei alguna vez nos ha dicho que nos preguntemos: ¿quién es Jesús para mí?. Pero a veces, continuando dice: pero quizá es más importante preguntarse… ¿quién soy yo para Jesús?
De pie junto a María, vemos a Jesús en la cruz…
Y que por mi Cristo amado,
mi corazón abrasado
más viva en él que conmigo.
Y porque a amarte me anime
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí.
María nos toma la mano y nos dice mira la Cruz, y verás quién eres tu para Él. Eres alguien por quien vale la pena morir.
Cuando te desanimes, cuando "no des un duro" por ti mismo. Cuando te veas poca cosa, nada, menos que nada; entonces piensa que eres el que ha merecido que Él derrame toda su sangre por ti. Vales toda la sangre de Cristo. Eres al que quiere tanto que es capaz de pasar por esto por ti.
Hazme contigo llorar
y de veras lastimar
de sus penas mientras vivo.
Porque acompañar deseo
en la cruz, donde le veo,
tu corazón compasivo.
Haz que su cruz me enamore
y que en ella viva y more.
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