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Enrique Bonet

Jueves de corazones

Actualizado: 9 abr 2020


En el principio existía la Palabra. Así comienza San Juan su evangelio. Como si quisiera recordarnos que Cristo es el Vocero divino; que lo que sale de su boca es importante, es palabra de Dios.


¿Y qué nos dijo Jesús? El propio Juan se encarga de recogerlo: parábolas, ejemplos para las gentes que lo escuchan. Les da indicaciones y preceptos, les dice cómo alcanzar el cielo y les da poder a los apóstoles para administrar los sacramentos, atar y desatar... Jesús casi siempre nos habla de su Padre y de la doctrina salvadora. En pocos momentos habla de sus sentimientos, de lo que guarda su corazón.


Pero hoy, Jueves Santo, la Palabra habla de lo que lleva en su interior:

Cuando era la hora se sentó a la mesa, y con él los apóstoles. Y les dijo:

—¡Ardientemente he deseado comer con vosotros esta Pascua antes que padezca!, porque os digo que no la comeré más hasta que se cumpla en el reino de Dios (Lc 22, 14s).


No habla ya de doctrinas. Jesús hace algo insólito. Nos había dejado entrever veladamente sus sentimientos en algún momento a lo largo de su vida. Pero ahora sí; nos dice claramente qué siente.


La última cena es el momento de las grandes confidencias. De hablar sobre las emociones, de compartir lo que experimento. De mostrar el amor infinito de Jesús; de hablar del amor ardiente por sus discípulos, de mostrárselo lavándoles los pies, de manifestar la tristeza de la separación, de instituir el sacramento de la eterna unión. De manifestar que nos ha ama hasta el extremo. Jueves Santo es Jueves de corazones.


De hecho, hay un gesto que manifiesta plásticamente esta unión con cada uno de nosotros: uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús, cerca de su pecho (Jn 13, 23). En este gesto queda manifiesto el tono de aquella velada. San Juan, la cabeza apoyada junto al corazón de Jesús.


Hoy es Jueves de Eucaristía, Jueves de corazones latiendo al unísono con el Verbo. En este Sacramento -"misterio de intimidad" lo llamaba Benedicto XVI-, Jesús nos devuelve el gesto, y ahora apoya su cabeza en mi pecho, para escuchar lo que dice mi corazón. Para latir conmigo. Y para enseñarme a palpitar en grande, al ritmo de su Corazón.


Jueves Santo es el momento de la intimidad, de la confidencia susurrada al oído. Un momento que se prolonga en cada comunión (aunque sea -como para muchos en estos días- una comunión espiritual).


Jesús, ¡quién hubiera sido Juan para estar junto a Ti ese Jueves de corazones! Ojalá te dejemos apoyar tu cabeza en nuestro pecho cada vez que quieras venir a nosotros en la comunión.

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