A muchos -los que somos de la generación Disney- os sonará la letra de esta canción: "Yo soy el rey del jazzagogo/ Más mono rey del swing/ Más alto ya no he de subir /Y eso me hace sufrir.
Yo quiero ser hombre como tú / En la ciudad gozar / Como hombre yo quiero vivir / Ser tan mono me va a aburrir.
Oh, Dímelo a mí / Oh, si el fuego aquí / Me lo traerías tú
A mí no me engañas Mowgli / Un trato hicimos yo y tú / Y dame luego / Del hombre el fuego / Para ser como tú".
Sí. Es la canción de los monos en la película de "El libro de la selva". Tenía dudas si comenzar este post con algo tan... poco intelectual, pero creo que la historia nos puede ayudar.
Este cuento de Kipling narra cómo un niño se cría en la selva entre animales. Pero a medida que el humano crece, va quedando en evidencia que Mowgli no es un animal cualquiera; es diferente. Los más listos de la selva, los monos, se dan cuenta y… quieren ser como él. Y le piden que les revele el secreto del fuego... "para ser como tú".
El fuego es una forma de representar plásticamente lo divino que tiene el hombre.
Fue el fuego lo que robó Prometeo a los dioses del Olimpo para dárselo a los hombres. El fuego representa eso divino que tenemos la humanidad y que nos distingue de los animales.
Pero ¿qué es concretamente ese fuego divino que nos singulariza?
He leído que algunos estudios afirman que algunos monos pueden entender cinco mil palabras. Otros experimentos los hacen capaces de contar. Hasta hemos visto primates utilizando tablets…
¿Qué nos diferencia entonces de los primates superiores? ¿Comer, jugar, contar, hablar, aprender…?
Nuestros ancestros eran anatómicamente muy parecidos a los primates. Figúrate cuando lo que tenemos ante nosotros son simplemente huesos, como en las excavaciones arqueológicas. ¿Cómo saben cuándo los huesos que hay allí son de hombre o son de mono?
Porque -dicen los entendidos- cuando se ven restos de enterramientos… entonces ahí hay hombre. Cuando ese animal, se da cuenta de que hay algo más, piensa en el más allá. Piensa en el mundo que no se ve. Piensa más allá de la comida, la comodidad, las distracciones o cuanto dinero tiene en el banco… (o cuantas manzanas escondidas en una corteza de alcornoque)… cuando ese animal trasciende el mundo material, entonces es un hombre.
Cuando ese animal reza, entonces es un hombre… eso es lo característico de la humanidad. Es lo que nos distingue de los monos. Es lo que nos da una dignidad especial -superior, escribiría, si no temiera el ataque de algún animalista ofendido-. Es lo que nos hace humanos.
«La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador» (Gaudium et Spes 19).
Hoy, Señor, miramos nuestra vida. ¿Qué hago? ¿A qué me dedico?
Como, duermo, juego… como mi perro. Estudio: que equivaldría a entender palabras, contar… eso también lo hacen algunos monos.
¿Lo realmente humano, qué es? Rezar.
¿Cómo voy de esto? ¿Hago lo propio del hombre, rezo? ¿Rezo todos los días o tengo días “mono”? Días planos, con la misma trascendencia que un día de orangután.
Señor, que yo me dé cuenta de que lo que me hace humano no es tanto el estudio, la cultura, la música… Todo esto está muy bien, pero lo que es propio de los hombre, es la posibilidad de conectar con Dios.
¡Seamos humanos! ¡Recemos!
Cuando planteo esta cuestión a la gente, muchos responden que en este mundo estresado no tenemos tiempo para esas exquisiteces. Primum vivere...
Y me vienen a la mente unas palabra del Cura de Ars. Hombre que hablaba con la radicalidad de la sencillez: “¿Quién de nosotros podrá oír, sin llorar de compasión, a esos pobres cristianos que se atrever a deciros que no tienen tiempo para orar? ¡Pobres ciegos! ¿Qué obra es más preciosa, la de trabajar por agradar a Dios y salvar el alma, o la de dar de comer al ganado de las cuadras, o bien llamar a los hijos o sirvientes para enviarlos a remover la tierra o el estercolero? ¡ Dios mío, cuán ciego es el hombre!... ¡No tenéis tiempo!, mas, decidme, ingratos, si Dios os hubiese enviado la muerte esta noche, ¿habríais trabajado? Si Dios os hubiese enviado tres o cuatro meses de enfermedad, ¿habríais trabajado? (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la oración).”
Cuando uno es joven y oye los consejos de su padre puede frecuentemente pensar: -No me rayes. Pero cuando crece y quizás sus padres ya han muerto, suele echar en falta esa sabiduría. Porque ellos ya han pasado por muchas situaciones por las que uno pasa, y nos gustaría saber cómo resolvieron ellos la papeleta.
Nos gusta tener buenos consejeros. Y a la hora de tomar una decisión difícil -lógicamente- preguntamos: a padres, amigos, profesores…
En los comités de las grandes empresas hay gente que tienen el puesto de consejero. No trabajan, sólo aconsejan a la hora de tomar las grandes decisiones.
Muchas empresas buscan a antiguos políticos. Un ex presidente del gobierno, un ex ministro. Les interesa, porque es alguien que tiene experiencia, sabe los entresijos, conoce a gente…
Orar es meter a Dios en el Consejo de dirección de tu vida. Cuando tienes que tomar una decisión, ¿quién te aconsejará mejor?
Por eso Santa Teresa decía, que el que descuida la oración no necesita demonios que lo lleven al infierno, porque él mismo se mete en él. Pero el que se deja aconsejar por Dios, se va al cielo.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer (Jn 15, 5).
Separado de mí, no puedes. Sin oración, te equivocarás. En cambio, si haces oración, te podré dar fuerza, te podré dar consejo, te podré tomar la mano y caminar contigo.
Serás útil, serás fecundo.
Serás feliz.
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