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  • Enrique Bonet

El «sitio» de la Cruz

Actualizado: 2 abr 2021



Si tuviéramos que explicar en unos minutos quien es Jesús de Nazareth, probablemente hablaríamos de su Pasión, de la Semana Santa, porque es el misterio central de nuestra Redención, y la 'hazaña' de su vida. Pero la hazaña de la Pasión es la historia de una kenosis -de una abajamiento, de una humillación- en palabras de San Pablo (cf. Flp 2, 6-8).

Desde la gloria del Padre, desde ese estar en Dios, del que nos habla San Juan en el prólogo de su evangelio; hasta la asunción de nuestra frágil condición humana.

De puro acto de ser a hacerse carne… con todas sus consecuencias: frío, pobreza, incomodidad, enfermedad, limitación, dolor, muerte (el confinamiento de Dios). Desde el reinar con el Padre a hacerse pecado...


El domingo de Ramos asistimos al trailer de la Semana Santa. Un resumen, un anuncio, pero que ya nos da la pista del argumento de la historia: un Dios que ama desesperadamente.

La pasión que leemos hoy en el evangelio, no es tanto la historia de una propiciación por un pecado. De esto se habla en teología de la Salvación: el pecado de Adán fue una ofensa infinita, que requería una satisfacción de valor infinito. Solo Dios podía realizar un sacrificio de valor sin limites que pagara por nuestra culpa. Sin embargo, la Pasión no es un problema de cuentas. No se trata de saldar una deuda contraída. No es un problema de balance económico -aunque estemos hablando de economía de la Salvación-.


La Cruz no es algo para cuadrar una hoja de cálculo.

Lo de hoy es algo mucho más profundo. Es una historia de amor. Sí, hay una deuda. Pero hay un Padre, que envía a su Hijo a la humillación más absoluta para que quedemos libres. No es la deuda. Es al amor de un Dios hacia el hombre. Es que “la Trinidad se ha enamorado del hombre”.

Jesús es el Logos; es Dios pero se hace carne. Quiere experimentar nuestra debilidad. Y en el evangelio podemos constatar varios de esos momentos. Humillantes momentos, en los que, por así decir, la divinidad salta por los aires.

El inicio de la cuaresma nos presenta a Jesús hambriento. El que iba a multiplicar los panes y los peces. El que iba a convertir el agua en vino. El dispensador del maná y de todo alimento… se rebaja hasta sentir hambre…

Jesús se sienta cansado en el pozo de Sicar -nos lo cuenta San Juan en otro pasaje-. El creador del big bang, la mayor explosión de energía de la historia… siente que le faltan las fuerzas.

Pero el Viernes Santo le vemos en la Cruz… y esto es ya el summum. No cabe mayor abajamiento.


Desde el mediodía hasta la media tarde, vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó: «Elí, Elí, lamá sabaktaní». (Es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»).

Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron: «A Elías llama éste».

Uno de ellos fue corriendo; en seguida, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio a beber. Los demás decían: «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo».


Jesús dice: Sitio! ...que significa: ¡Tengo sed!

Jesús siente sed.


Pero no es solo eso. No es sólo sed. Jesús siente la debilidad; todo el peso de su humanidad. La insoportable levedad del ser humano. Algo parecido a eso que nosotros notamos tantas veces… cuando nuestra vida, nuestra condición, no es capaz de responder a los retos o aspiraciones que nosotros mismos nos marcamos.


En la Cruz, su vida se esta consumiendo. Sus miembros están atormentados por el dolor, la fiebre, la deshidratación… y pide agua. Cristo pide lo más insignificante a quienes le estaban matando y burlándose de él. Esto es lo que más impresiona aquí: la humillación; necesita pedir ayuda a sus verdugos… Es “el despojo más absoluto”, no solo de la divinidad, sino de su dignidad humana, de su honra, de su honor...

Hemos venido a ser, hasta ahora, como la basura del mundo y el deshecho de todos (1 Cor 4,9-13). Cristo se hace basura -que eso es nuestra naturaleza en comparación con la divina-, pero ¿por qué? Porque quiso andar con los hombres, sentir con los hombres, sufrir con nosotros. Porque quiso estar cerca de ti y de mí, por amor.

Por eso, cuando dice: tengo sed. La tradición de la Iglesia ha visto algo mucho más profundo que la manifestación de deshidratación.


El sitio -tengo sed- es una “llamada del Dios-Hombre, que quiere ser amado por nosotros” [1].

El Viernes Santo. Ante la Cruz, Jesús te dice: Yo he bajado del cielo. Me he hecho hombre, y he llegado hasta la cruz, para ver si así me amas. Para ver si de esta forma me haces caso… para mendigar tu amor. Este es el mensaje del misterio de la Cruz. Y si entendemos de verdad este misterio nos hace santos.

Fue lo que le sucedió el 10 de septiembre de 1946 a Sor Agnes Gonxha -más tarde Madre Teresa de Calcuta-. Ese día tomó un tren para ir a hacer sus ejercicios espirituales a una casa en la región de Darjeeling -la Meca del té negro- en la India. Cuentan que en la estación, mientras esperaba, se le acercó un mendigo que le dijo: tengo sed. Esa frase le golpeó repetidamente el corazón durante todo el viaje, entendiendo que ese pobre era Cristo. Tengo sed.

“Fue en aquel tren -escribió más tarde- que oí la llamada para dejarlo todo y seguirlo a Él a los barrios más miserables”. Ella no era una perdida, era una monja. Pero comprender la sed de Dios, la llevo a dar todavía un paso más; a dejarlo todo.

Y también decía Madre Teresa: “Allí empezaron las Misioneras de la Caridad, en las profundidades del infinito anhelo de Dios de amar y ser amado. Fue un encuentro con la sed de Jesús”. Un encuentro con la sed de Cristo.

“Jesús, en aquel momento de la Cruz, cuando está realizando la Redención de los hombres, pedía otra bebida distinta del agua o del vinagre que le dieron.

Poco más de dos años antes, Jesús se había encontrado junto al pozo de Sicar con una mujer de Samaría, a la que había pedido de beber. “Dame de beber”. Pero el agua que le pedía no era la del pozo. Era la conversión de aquella mujer.

Ahora, casi tres años después, Jesús tiene otra clase de sed. Es como aquella sed de Samaría” [2].


No es una sed sólo, ni siquiera principalmente, física; es sed de ser amado.

Tengo sed: “Esa sed por el amor del hombre explica todo el misterio de Cristo, toda la historia de la Salvación. Fue su sed que lo llevo a hacerse hombre y dar la vida por cada uno de nosotros” [3].


Eso es lo que nos dice Cristo hoy en la Cruz: Tengo sed… de ser amado por ti. ¿Me vas a rechazar? ¿Me darás lo que te pido?

Señor, enséñame a entender la magnitud de tu amor. Para eso es la Semana Santa. ¡Cómo me quieres, Jesús, que te has hecho basura (basura humana)… para que yo me salve!

Señor, hoy, al pie de la Cruz. Ante la plasmación de tu kenosis. Tu me miras y me dices lo que al apóstol: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres más que estos? ¿Me quieres? ¿Quieres apagar mi sed con tu amor?

- Señor, tu lo sabes todo, tu sabes que te quiero.


-Entonces, apacienta mis corderos.


El Señor contesta animándonos a mostrar nuestro amor con hechos. Si me quieres, haz esto. Esto otro. Dame esto. Deja esto.

Vamos a ponernos al pie de la Cruz, junto a María. Miremos, con Ella la Cruz y escuchemos qué forma toman para ti y para mí, las palabras de Jesús: tengo sed.

Enrique Bonet

 

[1]. Dietrich von Hildebrand, Nuestra transformación en Cristo: Sobre la actitud fundamental del cristianismo.

[2]. Adrian Sanabria, Las siete palabras de Jesús en la Cruz. [3]. https://www.movimientotengosed.org/espiritualidad.

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