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  • Enrique Bonet

El Misterio de Navidad

Pongo aquí una reflexión que hicimos junto a los profesores del Colegio antes de irnos de vacaciones.

 

Muchas veces nos toca venir al oratorio con los alumnos. Hoy hemos venido en otro plan. Hoy venimos a hacer de niños; y esto es muy de Navidad; es muy de nuestra fe: el que no se haga como un niño, no entrará en el reino de los cielos.


Es muy importante el saber hacerse niño. El saber dejar-se decir; que me puedan decir algo: el sacerdote, mi mujer, mi marido...


Y pensaba en el qué podía deciros para que nos ayudara a prepararnos par estas fechas que se acercan. Navidad. ¡Cuántas Navidades llevamos! ¿Cómo hacer que este sea especial, que sea diferente?


Y lo que me venía a la cabeza era la literatura. La literatura es la historia de las letras. Aquellas manchas sobre un papel u otro soporte, que aparecieron en 3100 a. C.


El año pasado leía aquel libro que estuvo de moda: El infinito en un junco. Allá Irene Vallejo, habla de la escritura. De la aparición de unas grafías que representan unos sonidos. Vallejo describe la escritura como «una cosa tan efímera —el dibujo de uno soplo de aire, la vibración musical de nuestros pensamientos».


La realidad material es queda tantas veces muy corta. ¿Cuál es la realidad material de la escritura? Un papel con unes manchas negras que representen un soplo de aire. Una forma de de articular la fonación; pero que es capaz de provocar un conflicto o dar consuelo. Una palabra puede producir una guerra o salvar al mundo.


La palabra, el lenguaje, la escritura… es un milagro... pero todavía es poco. La palabra sola a veces no llega a expresarlo todo; no nos es suficiente. Necesitamos imágenes.

Y estudiamos -y vosotros los explicáis- los recursos literarios. La metáfora que es decir una cosa sin decirla. Usando una imagen porque no hay palabras para explicarla cómo sería necesario.


La realidad supera a la estructura y se nos hace necesario renunciar a los conceptos y hablar con imágenes que son menos exactas pero más reales.


Necesitamos recursos. Acudimos a contradicciones -recordamos el oxímoron (que es expresar una cosa juntando dos contrarios; como una especie de bomba de fusión atómica). Y lo usamos, no para negar, sino para afirmar coses que se escapen de los conceptos.


La literatura y especialmente la poesía, nace de la experiencia de la incapacidad de explicar la belleza con conceptos. Tenemos que salir del sistema y buscar otras maneras de expresar, menos conceptuales. Más intuitivas.


Por ejemplo, dice Salinas:


«De tus ojos, sólo de ellos,

sale la luz que te guía

los pasos. Andas

por lo que ves. Nada más.»


Y si nos imaginamos literalmente el que dice, da miedo. Una persona que saca luz por los ojos... es un fantasma!, un espectro!


Pero hay una realidad que está por encima de la literalidad de los palabras y que entendemos perfectamente: la mirada de una persona que da luz, sin emitir fotones. Hay miradas que realmente iluminan.


La poesía, las contradicciones nos sirven para expresar verdades que no son visibles pero que nos son de alguna manera evidentes.

Hay una realidad que no vemos. Una realidad misteriosa que solo podemos entender fuera de la estructura de la lógica, fuera de la prisión de los palabras.


Y la Navidad es tiempo de esta realidad contradictoria. “Dios se hace un Niño que llora”: Dios indefenso, vulnerable, dependiente... es algo ridículo desde la inteligencia.


“Dios no tienen nada”: el creador del cosmos no tiene donde reclinar la cabeza. Absurdo... pero real…


Dios en Navidad nos está diciendo: el amor que te tengo no tiene lógica.

Se puede decir así, parafraseando al poeta:


«A los buscadores del Infinito por cuenta propia se les hace saber

que el objeto de sus nobles y erráticas exploraciones

ha sido ya encontrado en un pesebre

el 25 de ciciembre a las afueras de Belen

se comunica pues a los peregrinos de su Inmensidad que se acabó la búsqueda

toda vez que su objeto ha sido plenamente identificado con el nombre de Jesús de Nazaret

sólo a partir de dicho Niño es posible seguir buscando al Dios infinito

tan sólo Jesús adentro puede el Absoluto ser explorado

a los pescadores de los abismos se hace saber que fuera de Jesús

el Infinito niega terminantemente el esplendor de su rostro (...)

fuera de él sólo encontrarán el espejismo de sus caminos abandonados

fuera de él no se responde por la salvación eterna de los peregrinos

a los buscadores del Infinito por iniciativa propia se les comunica que son buscados por el Infinito

la cita es a medianoche en las afueras de Belén

poco o nada se podrá saber fuera de ese cuerpo nacido en Diciembre

más allá de la irradiación de ese Pessebre el Infinito no responde absolutamente de nada» (Ibáñez Langlois, “La Pasión del Señor”).


La poesía, las contradicciones, las paradojas nos ayudan a entrever la belleza de lo que está más en allá de lo visible.


Es el idioma del misterio. Y la religión es, por excelencia, el lenguaje de esta dimensión. Cuando rezamos aprendemos a leer en el idioma del misterio.

En nuestra sociedad vemos mucha gente que no sabe hablar esta lengua. Solo saben hablar de lo que se puede tocar. Dinero. Teléfonos. Tarifes de luz. Coches. Ordenadores. Metros cuadrados… De lo que se puede experimentar: actividades, vuelos, viajes, pasiones, sentimientos...


Y no saben dar este salto que la humanidad dio con la literatura, con la poesía, y especialmente con la mística -con la oración-. Encontramos hoy en día muchos analfabetos del misterio.


En Navidad, pienso que Dios con la contradicción de la Encarnación, nos anima a profundizar en el misterio de su amor.


Pero, ¿cuál será el camino? ¿la poesía? ¿la oración? ¿la mística?... sí, todo esto nos puede llevar a Dios.


Pero hay algo que los primeros cristianos denominaron «Misterio». Porque cuando participabas de aquello. No es que hablaras el idioma del misterio; es que te sumergías en el misterio mismo.


Los signos que Jesús instituyó. Gestos que externamente eran una cosa, pero que significaban profundamente otra; una metáfora gestual que producía una realidad invisible.

Los primeros cristianos, muchos de habla griega, los denominaban «Mysterion». Eran el misterio que Cristo había dejado para entrar en la dimensión del divino.


Esta expresión «mysterion» cuando los padres la tradujeron al latín, la denominaron: sacramentum.


Toda la tradición cristiana nos dice, incluso a través de la etimología (que acabamos de comentar), que los Sacramentos son la escuela del misterio, son la puerta del misterio.


Son lo que nos hace transcender lo puramente visible y contemplar la belleza del cual está mes allá. Y la Eucaristía es el Misterio de los misterios. Es, por otro lado, la renovación real del cual pasó en Belén.

El Dios Santo, el Dios fuerte, el Dios inmortal se hace pan. Dios se encarna en la cotidianidad.


En España el 28% de los católicos va a Misa regularmente. Probablemente por eso hay tantos analfabetos del misterio.


Tú y yo, que buscamos el misterio de Dios que no se ve a simple vista y que es belleza, verdad y bondad, lo encontramos en el Sacramentum, en el misterio de la eucaristía: el sacramento de nuestra fe.


Quién quiera vivir el misterio de Navidad en el s. XXI lo encontrará -tal cual- en el misterio de la eucaristía. Aprovechémoslo.

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