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Enrique Bonet

El cuarto rey mago



Muchos de nosotros, y no sólo los niños, estamos pensando en los reyes… ¿dónde estarán ahora Melchor, Gaspar y Baltasar?…

¿Estarán viniendo con los regalos? ¿Se habrán equivocado de regalo?

Lo que quizás muchos de vosotros no sepáis es que hubo entonces, hace mucho tiempo, un cuarto rey mago… sí, uno que casi nadie conoce… se llamaba Hordos.

Como sus amigos Melchor, Gaspar y Baltasar era un estudioso de las estrellas. Estaban constantemente en contacto, y se intercambiaban las novedades y descubrimientos que hacían en el cielo.

De un tiempo a esta parte no paraban de enviarse palomas mensajeras (tweets, les llamaban) comentando el último hallazgo celestial… la estrella del Rey de los judíos se había vuelto loca. Había empezado a describir movimientos extraños que auguraban algo grande. Algo extraordinario estaba a punto de suceder en aquella tierra.

Hordos recibe un mensaje. El último. Le dicen: “Estamos en camino. La estrella ha tomado una dirección. La seguimos. Tu palacio está de camino. Llegaremos mañana”.

El mago se alegró muchísimo al leer ese Whatsapp. Podrían cenar juntos, estrenarían la mesa y las sillas que acababa de comprar en Ikea y podrían comentar la cuestión de la estrella. ¡Qué alegría recibir a esos viejos amigos!

-¿Qué tal Melchor…?

-¡Llegamos exhaustos querido amigo Hordos! ¡La estrella orbita rauda cual meteorito! –Melchor siempre habló un poco… digamos, en “modo arcaico”…

-Que va mangada vamos, aclaró Baltasar…

-Bueno, bienvenidos a casa, vamos a cenar y contadme cómo va y hacia donde nos lleva la estrella…

Durante la cena le explicaron sus peripecias por el camino… desierto, lobos, chacales, beduinos…

-La estrella parece que nos lleva al país vecino de Judea…

-Es lógico, dijo uno, las Escrituras judaicas hablan de Belén.

-Vayamos pues para allá.

Salieron los cuatro reyes. Habían dejado sus camellos abrevando y tomaron unos magníficos caballos purasangre que guardaba Hordos en su palacio. Cabalgaban a gran velocidad hacia Judea.

Pronto llegaron a una ladera desde la que se divisaba Belén.

La estrella confirmaba la localización,… el GPS también.

Era allí. Belén.

Sin embargo algo sucedía en el rostro de Hordos.

-¿Qué sucede a vuecencia? -le dice Melchor.

-No es posible Melchor. Esto no tiene sentido. Mira eso.

-¿Qué debo observar, Hordos?

-¿No lo ves? Es imposible que aquí haya un rey. Ni siquiera, aunque fuera para esconderse, ningún rey en su sano juicio lo haría aquí, en esta aldehucha. En esta aldea sólo puede nacer un Pastor… quizás un Sacerdote… pero nunca un Rey.

Nos hemos equivocado. Yo me largo.

-¡Atiende, Hordos! No hagas mutis. Hemos venido de lontananza hasta acuí… y ¿fuyes agora?

-Esto es absurdo. Sólo un niño creería que aquí nace el Rey de los judíos. ¡Ciao! Ya volveréis a palacio cuando se os pase la tontería.

Y Hordos, el cuarto rey mago, les abandonó…

Melchor Gaspar y Baltasar se quedaron destrozados. ¿Sería verdad lo que Hordos decía?

Realmente, la aldehuela no daba para mucho… pero ya que estaban allí… se adentraron en ella…

La estrella se detuvo sobre una cueva… no podía ser…

Se acercaban lentamente. Cada vez más lentamente… para no hacer el ridículo… como cuando entras en una fiesta y te das cuenta de que te equivocaste de casa…

A lo lejos divisaron la escena:

Un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre…

¡Qué desilusión! -dijo Gaspar… ¡Hordos tenía razón! Esto no es más, que un niño corriente, envuelto en pañales corrientes, en un lugar… sinceramente infecto… ¡Vamos, volvamos!

-Espera. Mira -le dice Melchor, sin dejar de contemplar fijamente la escena.

-Que quieres que mire Melchor. ¡Sí, miro! Y no veo nada. Ni rey, ni realeza, ni reino, ni pajes, ni súbditos, ni honor, ni gloria, ni dinero… y si me apuras… ni padre, porque ¡fe de Dios!, qué poco se parece el Niño a ese hombre. ¡Vamos, pardiez!

-Espera. Mira.

Tómate algo de tiempo, ponte delante del belén y permanece en silencio. Y sentirás, verás la sorpresa[1].

Gaspar descabalgó… desconectó el teléfono y el wifi… y se sentó frente a esa escena vulgar.

Y entonces… comenzó a darse cuenta… ¡La belleza de aquella Madre!… la nobleza de aquella Señora… su realeza. ¡Era una Reina!

Y empezó a notar como brillaba el resplandor del fuego en las pajas… era mejor que el oro de un palacio…

Y ¡cómo no lo había notado hasta entonces! El portal estaba lleno de pastores. Muchos niños. Cantando y bailando… sin ningún arte pero con mucha gracia… Y era la corte de súbditos más alegre que había visto entre todos los palacios que había visitado.

Y el padre… no… no se parecía mucho al Niño… pero tenía una mirada divinamente fiel…

-Pues ahora que lo dices, Melchor… aquí hay más de lo que se ve a simple vista…

-Sí, hay infinitamente más de lo que vemos a simple vista. Entender lo que está pasando esta noche es “dar la bienvenida a las sorpresas del Cielo en la tierra.

…contemplar esta escena es entender que la vida no se planifica, sino que se da; aquí ya no se vive para uno mismo, según los propios gustos, sino para Dios y con Dios, porque desde hoy Dios es el Dios-con-nosotros, que vive con nosotros, que camina con nosotros.

Entender lo que está pasando aquí es dejarse sacudir por su sorprendente novedad.

La Navidad de este Niño no ofrece el calor seguro de la chimenea, sino el escalofrío divino que sacude la historia.

La Navidad es la revancha de la humildad sobre la arrogancia, de la simplicidad sobre la abundancia, del silencio sobre el alboroto, de la oración sobre “mi tiempo”, de Dios sobre mi “yo”” [2].

Vamos entremos… Baltasar ya hace rato que juega con el Niño…

-Oye Melchor, pero, ¿llamamos a Hordos?… se lo va a perder y no debe andar todavía muy lejos…

A Hordos; o Herodes, como le llaman los griegos, mejor déjalo, nunca lo entendería. No es capaz de quitarse las ropas reales y jugar con el Niño. Es más, a veces pienso que odia a los niños…



Enrique Bonet Farriol

 

[1] Papa Francisco, Audiencia 19.XII.2018.

[2] Ibid.

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