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  • Enrique Bonet

Cabeza alta

Actualizado: 24 may 2020

Dicen que Lleida es la ciudad de la niebla… creo que exageran un poco… entonces Londres ¿qué sería?

Pero sí es verdad que en invierno no es infrecuente que el día salga gris. No se ve el sol. La ciudad amanece, si es que se le puede llamar amanecer, envuelta en un vapor plomizo…

Las cosas parece que pierden color, todo es menos intenso. El despertar es más lento. La luz parece enferma.

Esto puede repetirse algunos días consecutivos. Pero si uno se cansa. No pasa nada, es fácil salir de la nube.

Basta con tomar el coche y hacer 20 o 30 km hacia un lugar elevado para exiliarse del fenómeno. Entonces uno puede contemplar a sus pies un mar de niebla, a la vez que ve el sol brillante sobre su cabeza. La luz y la intensidad de los colores vuelve.

Es el mismo lugar, el mismo mundo pero desde otra perspectiva. Alejado del muro.

La perspectiva –el lugar desde donde se mira- importa mucho en cómo percibimos algo.

En el mundo del deporte también importa la perspectiva. Algunos entrenadores de fútbol tienen ojeadores en las gradas. Desde allí, desde lo alto, se ve el juego más en conjunto y pueden aportar una visión que desde el banquillo no se aprecia, porque allá abajo estás demasiado pegado al juego.

«Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?».

Les dijo: «No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y “hasta el confín de la tierra”».

Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista.

Hoy celebramos la Ascensión del Señor. Jesús, después de sus días en la tierra, después de su muerte y resurrección asciende al cielo. A la derecha del Padre.

Es esta una fiesta un poco misteriosa… A veces uno puede creer que no tiene mucho que ver conmigo. De hecho, Jesús se va, nos deja, nos abandona… ¿qué significa la Ascensión para mí?

La Resurrección me salva. El Corpus Christi es una fiesta que me toca (Dios se me da). Pentecostés me llena del Espíritu Santo.

¿Qué me aporta a mí la Ascensión aparte de la pérdida de la presencia de Jesús entre nosotros?

El prefacio nos insinúa la respuesta:

Jesús, el Señor, (...), ha ascendido ante el asombro de los ángeles a lo más alto del cielo, (...). No se ha ido para desentenderse de este mundo, sino que ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino (Prefacio I de Ascensión).

Tú, Señor, eres nuestra cabeza y estás en el cielo. Tienes la visión del partido desde las gradas -desde la cámara cenital-. Cristo, nuestra Cabeza ve las cosas con perspectiva. Con perspectiva sobrenatural.

El 18 de mayo, celebramos la memoria litúrgica de la Beata Guadalupe; y en una de sus cartas escribía algo que viene muy a cuento.

Contándole a san Josemaría de su vida, escribe: “¿Verdad que ése es nuestro camino? Los pies en la tierra pero mirando siempre (cada ratito) al Cielo, para ver luego más claro lo que pasa junto a nosotros” (Carta, 7.06.1948).

Los pies en la tierra… y la cabeza en el cielo… esto es lo que celebramos hoy.

Nosotros, pies del Cuerpo místico de Cristo, estamos en el mundo bien arraigados a la tierra. Dedicados a las cosas de aquí: nuestra profesión, ayudar a la gente, mejorar la sociedad…

Somos pies del cuerpo de Cristo en la tierra, cuya cabeza se encuentra en el cielo.

De ahí el consejo de san Pablo: si consurrexistis cum Christo, quae sursum sunt quaerite, ubi Christus est in dextera Dei sedens : quae sursum sunt sapite, non quae super terram (Col 3, 1s). Los que habéis resucitado… buscad las cosas de arriba. Gustad las cosas de arriba.

Vuestra cabeza está arriba, está en el cielo ¡Tened la visión desde arriba!

Hay una expresión en castellano que se aplica a una persona alocada que no sabe adónde se dirige. Se dice que esa persona corre “como pollo sin cabeza”. Haciendo referencia a lo que sucede con las aves de corral cuando se les corta la cabeza: siguen corriendo locamente sin dirección ni sentido.

Cristo, nuestra cabeza, está en el cielo. Si perdemos la conexión con él, nos convertimos en animales decapitados… locos, perdidos, extraviados; que corren hacia ninguna parte. Si miramos al cielo, Jesús nos da la perspectiva correcta.

Para nosotros la unión con la Cabeza de cielo es aún más importante que la unión con la cabeza física. Comentaba un autor bizantino: “los cristianos viven más unidos a Cristo que a su propia cabeza, y viven más realmente de Él que de la unión que los liga a su cabeza. Ejemplo de esto son los Santos Mártires, que afrontaron gustosos la muerte y no queriendo ni oír hablar de su separación de Cristo, ofrecieron al verdugo su cabeza y sus miembros con alegría (...)” (Nicolás Cabasilas, De vita in Christo, lib. 1).


Vivimos lo que pedía San Josemaría a su gente: “Os pido sencillamente que toquéis el cielo con la cabeza: tenéis derecho, porque sois hijos de Dios. Pero que vuestros pies, que vuestras plantas estén bien seguras en la tierra, para glorificar al Señor Creador Nuestro, con el mundo y con la tierra y con la labor humana” (Carta 9.1.1939)

Cuando somos conscientes de que Cristo, mi cabeza, está en el cielo… ¡qué distinto se ve todo!

¡Cómo cambia mi vida ordinaria! Mi labor corriente cobra un nuevo sentido. Los problemas también adquieren su verdadera dimensión.

Ese enfado terrible cobra tintes cómicos… no es tan grave, visto desde la Cabeza, visto desde el cielo.

La envidia que nos produce algo que hemos visto en instagram… cuando levantamos la mirada… nos produce una carcajada. ¡Menuda tontería!

El esfuerzo que nos supone hacer el bien, ir a Misa o hacer un rato de oración… nos parece mucho menor cuando miramos desde la Cabeza.

Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Cuando miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo».

La fiesta de hoy une el cielo y la tierra en un solo cuerpo: el místico de Cristo. La iglesia.

El cielo y la tierra no son dos realidades separadas por un abismo, son dos mundos que se tocan y se funden en la Iglesia. La fiesta de hoy hace más verdad lo que hemos repetido tantas veces: venga a nosotros tu reino.

Cristo sube al Padre como cabeza y nosotros, que somos su cuerpo, hacemos presente la gloria del Padre aquí en la tierra. ¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá...

Jesús volverá. Vuelve en ti, que eres su cuerpo. Cristo cabeza actúa en sus miembros. Quiere actuar en ti. Y así hacer presente el Reino aquí en la tierra… como en el Cielo.

Dios nos quiere muy humanos –dice San Josemaría-. Que la cabeza toque el cielo, pero que las plantas pisen bien seguras en la tierra” (Amigos de Dios, 75)

Los pies en la tierra…

Y la cabeza bien alta… la cabeza en el cielo. Ubi Christus est,(…) donde está Cristo, sentado a la diestra de Dios.

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