No eran tiempos de coronavirus pero los fariseos preguntaba: ¿por qué tus discípulos no se lavan las manos cuando comen pan…?
Ante la insistencia de los fariseos, Jesús contesta: ¡Hipócritas! Bien profetizó Isaías de vosotros cuando dijo: “este pueblo con los labios me honra, pero su corazón está muy lejos de mí. En vano me rinden culto, enseñando como doctrinas preceptos de hombres”.
Jesús siempre invita a mirar el interior… dejarse de reglamentaciones preceptivas. Captar el espíritu sin quedarse simplemente en la letra. Tomar distancia del árbol para ver el bosque.
Y llamando junto a sí a la multitud, les dijo: Oíd y entended: no es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre.
Es una revolución para su tiempo. A los judíos, como a nosotros, las leyes les daban seguridades y por eso tenían cientos. ¿Cómo hay que hacer esto? ¿Ésto se puede o no? Ni siquiera los apóstoles entendían cómo se podía salir de ese formalismo.
Y Él les dijo: ¿También vosotros estáis aún faltos de entendimiento? ¿No entendéis que todo lo que entra en la boca va al estómago y luego se elimina? Pero lo que sale de la boca proviene del corazón, y eso es lo que contamina al hombre. Porque del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias. Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero comer sin lavarse las manos no contamina al hombre (cf. Mt 10, 1ss).
Jesús rompió moldes en muchas cosas. Y una de ellas fue el formalismo relacionado con los alimentos.
Con Jesús se acabaron las comidas impuras, los rituales de purificaciones… ¡fuera!
Los discípulos, no podían romper fácilmente con esa tradición formalista. Jesús se queja de que no entiendan cuando tiene que desmenuzarles la enseñanza para que comprendan. El propio San Pedro, años después, no quiere obedecer al ángel que se le aparece y le dice: mata y come (cf. Hech 10, 13ss). Y a lo largo del tiempo los cristianos también hemos tendido al legalismo, pues nos da seguridad.
Un sucedido de la vida del famoso metropolita ortodoxo Antonij Surozhkij nos ilustra bien como los santos supieron leer el espíritu, prescindiendo a veces de la letra.
Como es sabido, antes de hacerse sacerdote este ruso hijo del exilio era médico y nos cuenta:
“Cuando era médico, estaba tratando a una familia rusa muy pobre. No les cobré , porque no tenían nada. Pero al final de la Cuaresma, durante la cual ayuné, por así decirlo, atrozmente, es decir, sin violar ninguna regla, me invitaron a cenar. Y resultó que a lo largo de la cuaresma habían ahorrado dinero para comprar un poco de pollo para invitarme. Al llegar a esa cena, miré ese pollo y vi en él el final de mi hazaña cuaresmal. Por supuesto comí un trozo, no podía ofenderlos.
Menuda desgracia que me había sucedido: después de ayunar, se podría decir, perfectamente, ahora, en medio de la Semana Santa, había comido un trozo de pollo (…);–pero concluía–: Sí, comí un pedazo de este pollo, pero no lo comí como una especie de contaminación, sino como un regalo de amor humano” [1].
El amor está por encima de los formalismo y las leyes.
Sin embargo, cuando llega Cuaresma, parece que la iglesia se vuelve farisea
y nos pide abstenernos de comer carne, como si fuera algo impuro. Nos pide ayunar, como si la comida fuera algo malo o como si nos contaminara. ¿Por qué? ¿Es que hemos olvidado la libertad que nos ha traído Jesucristo? ¿Hemos recaído quizá en el formalismo judío?
No. La iglesia nos pide ayunar porque el ayuno no es una simple práctica externa; el ayuno es mucho más espiritual de lo que parece. Lo que hacemos con el cuerpo, nos ayuda a, profundizando, hacerlo con el alma.
Ayunar es una forma de abandonarse en manos de Dios.
De no tomar de lo que podríamos. Escuchar a Dios que nos dice: – Note hace falta. Y nosotros nos fiamos. Estoy en manos tuyas, Señor, no me va a faltar nada…
Ayunar es “renunciar a cosas vanas para ir a lo esencial” [2]. Hay tantas cosas que no necesitamos… ayunar es el comienzo para aprender a prescindir de lo superfluo.
El ayuno tiene espíritu; por ello los padres de la iglesia insistían en que el cuerpo debe latir con el alma. “Pues ¿de que te sirve no comer carne, si devoras a tu hermano?” y seguía San Juan Crisóstomo: “Para que el ayuno sea verdadero no puede serlo solo de la boca, sino que se debe ayunar de los ojos, los oídos, los pies, las manos, y de todo el cuerpo, de todo lo interior y exterior”. Y el Papa abunda en la idea: “¿Mi ayuno ayuda a los demás? Si no, es fingido, es incoherente y te lleva a una doble vida”.
Si el ayuno es disléxico -no va sincronizado con el alma-, no sirve para mucho.
Pero cuando se realiza con ese afán de liberación de lo superfluo, como un ejercicio de entrega a Dios de nuestras pasiones, de lo nuestro, de nuestras falsas seguridades, entonces se comprende lo nutritivo que es para el alma.
Se entiende que algo tan corporal –tan externo–pueda ser una auténtica “arma espiritual para luchar contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos. Privarnos por voluntad propia del placer del alimento y de otros bienes materiales, ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos afectan a toda la personalidad humana.
Oportunamente, un antiguo himno litúrgico cuaresmal exhorta:
Utamur ergo parcius,/ verbis, cibis et potibus, / somno, iocis et arctius / perstemus in custodia –Usemos de manera más sobria las palabras, los alimentos y bebidas, el sueño y los juegos, y permanezcamos vigilantes, con mayor atención” [3].
Es lo que nos invita la iglesia en Cuaresma, llegar al alma, a través del cuerpo.
Llegar a lo interno a través de lo externo. “Privarse del alimento material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno y la oración Le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios” [4].
Ojalá sepamos descubrir el espíritu de la dieta, lo nutritivo del ayuno.
Enrique Bonet
Антоний Сурожский, Быть христианином. He quitado del texto la respuesta del padre espiritual de Antonij, pero no me resisto a ponerla aquí porque es antológica: "Luego fui a mi padre espiritual y le conté sobre la desgracia que me había sucedido, (...). El padre Atanasio me miró y dijo: - Sabes que? Si Dios te mirara y viera que no tienes pecados y que un trozo de pollo te puede contaminar, te protegería de ello. Pero te miró y vio que hay tanto pecado en ti que ningún pollo puede contaminarse más".
Francisco, audiencia general 26.02.2020.
Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma 2009.
Ibid.
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