El 27 de noviembre de 1995 se abolió en España la pena de muerte. Nadie duda que fue un gran avance social. Ninguna causa, ninguna circunstancia, ni siquiera la comisión de un crimen terrible, hacen indigna la vida de una persona. Se le puede castigar privándole de la libertad, pero el Estado nunca le quitará la vida.
Si un condenado, lleno de vergüenza por el delito que ha cometido y desolado por su crimen, pidiera al Estado que acabara con su vida, ninguna autoridad satisfaría su deseo, porque su vida es digna con independencia de su delito o del grado subjetivo de su vergüenza.
En estos días se está debatiendo la ley de eutanasia. En ella se devuelve al Estado una capacidad que, desde los valores democráticos, asusta: la de terminar con la vida humana, contraviniendo al artículo 3 de los derechos humanos.
La ley de eutanasia permitiría matar a un ser humano. Evidentemente, eso sólo se realizaría -al menos en principio- a petición del propio interesado. Un enfermo, una persona que juzga que su vida no tiene valor, que no vale la pena ser vivida; pediría a los servicios sanitarios que se terminara con su sufrimiento, quitándole la vida. La voluntad del propio enfermo, parecería justificar una actuación semejante.
Ante esta disyuntiva, es lógico que se levanten interrogantes éticos porque es evidente que aceptar la eutanasia supondría lo siguiente: Una persona puede renunciar a los derechos humanos.
Si una persona, por su condición de enfermo, por su sufrimiento o por una sensación subjetiva de falta de sentido, puede renunciar a la vida; también, por alguna otra razón, podría renunciar a su libertad, y hacerse esclavo, a cambio de dinero o de cualquier otra contrapartida, o convicción subjetiva.
El Estado, en cambio, debería salir en defensa de los derechos humanos y defender su inalienabilidad y su irrenunciabilidad. El Estado es garante de esos derechos, incluso ante la renuncia del propio interesado. Así el Estado evita, mediante leyes, que alguien renuncie a su propia libertad o a su propio derecho a la educación.
De igual manera, no es humanitario matar a nadie, aunque el mismo interesado pida ser matado. Si el estado rompiera este principio en algún caso, podría romperlo en otros... y por desgracia hemos vivido, en la historia reciente, abusos avalados por mayorías parlamentarias. Nosotros no somos inmunes a ese peligro. Precisamente los derechos humanos deberían estar siempre por encima de los parlamentos.
En efecto, en una posible ley de eutanasia, se entra en un diálogo que en democracia no debería admitirse: ¿en qué circunstancias los derechos humanos son inalienables y en qué condiciones una persona no tiene derecho a la vida?
Una ley de eutanasia está diciendo que: Algunas situaciones hacen que la vida humana no sea digna y el Estado puede regular cuáles son esas situaciones. Es decir, aparece el concepto de “vida humana no digna”, aparece el concepto de “vida humana que puede ser eliminada”. Y es el Estado, a fin de cuentas, un grupo de personas en el parlamento, quien define cuáles son las condiciones para que una vida sea digna de ser vivida, y por ello, tutelada por la ley.
No puedo evitar recordar aquí el concepto de vida quasi-humana. Una idea que preconizaba la propaganda nazi y que justificaba la eliminación de determinados estratos sociales o grupos étnicos.
“El subhumano es una criatura biológica, hecho a mano por la naturaleza, que tiene manos, piernas, ojos y boca, incluso la semblanza de un cerebro. Sin embargo, esta terrible criatura es sólo un ser humano parcial.
A pesar de que tiene características similares a un ser humano, el subhumano es más bajo en la escala espiritual y psicológica que cualquier animal” [1].
En nuestros días, los enfermos terminales y los ancianos -algunas veces a petición propia y otras por presión del entorno- podrían ser considerados subhumanos.
Además, todo esto sucede en el declinar de la vida. Todos hemos tratado a gente mayor y hemos constatado como, en muchos casos, pierden facultades y son fácilmente influenciables y atemorizables. ¿Cómo medir, o evitar, que la libertad de decisión del anciano no esté influenciada por el entorno? ¿Quién decidirá cuando el anciano no puede decidir? ¿Los intereses económicos, la carga que supone su cuidado, la urgencia de recibir una herencia?
En un debate en el congreso uno de los ponentes afirmaba que la eutanasia es "un acto de amor".
El amor nos lleva a buscar el bien de la otra persona. En este caso, el hecho de que el enfermo esté sufriendo, lleva a algunos a pensar que terminar con su vida es la forma de terminar con sus sufrimientos, y por tanto la forma de amar –incluso una forma valiente y suprema de amor-.
Sin embargo, es inevitable que venga a la mente lo que se solía hacer con los animales heridos cuya recuperación era imposible por los costos y la falta de eficiencia del animal después de ella. En esos casos, el amo, una persona que tenía cariño al animal, para no verlo sufrir, lo remataba.
Es un sentimiento comprensible, pero más que amor, debería llamarse compasión.
La persona que ama, no contempla la muerte como una alternativa. Buscará terapias paliativas, si el enfermo no tiene ganas de vivir, intentará motivarle, pensar en cosas que le ilusionen... pero si le quiere, no pensará en matarle, salvo por debilidad o agotamiento.
Es comprensible que una persona que lleva muchos años de desgaste cuidando a un familiar pueda pensar en esa salida en algún momento, pero el Estado, desde la distancia que le da su posición, no puede ceder en un derecho humano fundamental. Si sucumbe a la tentación de descarga económica que supondría la aprobación de la eutanasia, ha matado la dignidad de sus ciudadanos.
Es interesante considerar que el paralelo con humanos más cercano a matar por compasión constituye el tiro de gracia, que se daba a los heridos en combate. Pero hay que notar, y es muy significativo, que era un acto de compasión que se tenía con el enemigo, o con los ejecutados. Nunca con los soldados propios, por cuya vida se luchaba.
Y a partir del s.XIX, por motivos humanitarios, incluso el tiro de gracia al enemigo estaba prohibido.
Tratar a nuestros ciudadanos con la compasión con que se trataba a los enemigos no me parece suficiente, creo que nuestra sociedad merece estándares más altos, hay que garantizar sus derechos humanos.
Los cuidados paliativos pueden hacer que una persona viva dignamente hasta el final natural. Y los profesionales lo atestiguan (vídeo). Evidentemente es mucho más caro para el sistema.
La respuesta de un estado a sus ciudadanos que sufren, con la popular locución “Ahí te mueras” me parece muy insuficiente. Merecemos más.
Enrique Bonet
[1] Reichsführer-SS (1942). Der Untermensch "The subhuman". Berlin: SS Office. Retrieved 12 March 2014. “Not all of those, who appear human are in fact so. Woe to him who forgets it!”
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