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  • Enrique Bonet

Divinos suspiros

Actualizado: 8 oct 2021


Las cantorías de la Sagrada Familia entonan el Veni Creator.

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros».

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. (Jn 20, 19ss)

El Señor se aparece a los apóstoles y les dice “paz”… y decir “paz” ¿qué significa?…

–Mira mis manos y mis pies… ¿qué ves…?

–Las marcas de la cruz…

–y ¿qué significan? Las heridas de la cruz son las cicatrices de mi amor…

Jesús, al aparecerse a los apóstoles les muestra sus manos y sus pies.

Ahora te las muestra a ti y a mí, y nos dice:

–Paz. Tranquilo, tonto, ¿no ves como te quiero? Mira lo que soy capaz de hacer por ti… Mira las credenciales de mi amor. Te quiero infinito.

Todo lo que hago, todo lo que te pasa, es por tu bien. Y cuando digo: os conviene que yo me vaya; es por tu bien.

Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo».

Mañana celebramos la fiesta de Pentecostés. La venida del Dulce Huésped a nuestra alma; la recepción de este soplo del Espíritu Santo.

Pero quizá, al pensar en el Espíritu Santo, sentimos algo de perplejidad.

¿A qué nos referimos con Espíritu Santo? ¿Quién es?

¿Una Fuerza? ¿Fuego? ¿Una paloma? ¿Agua? ¿Brisa? ¿Viento impetuoso? ¿Estruendo?

Todo esto se ha dicho al intentar explicar quién es la tercera persona de la Trinidad.

Se nos habla en símbolos. Porque es muy difícil -imposible- definir o explicar lo divino. El símbolo, en cambio, deja vivo el Misterio.

Cuando tratamos del amor, podemos pensar que el ser humano lo expresa principalmente con palabras: cartas de amor, poesías, "me abrió por Instagram (me hace mucha gracia esta expresión) y me dijo"… muchas veces es simplemente decir esas dos palabras: “te quiero”.


Pero, más bien se podría decir lo contrario: la mayoría de las manifestaciones de amor no son verbales.

Un gesto, levantarse, ceder el lugar. Ayudar a subir o a bajar. Dejar la chaqueta para abrigar al otro. Poner el brazo atentamente por si cae… todo esto es atención; es amor. Una mirada… cuantas veces hay miradas que podrían hablar, tocar, acariciar...

Dice el poeta: “El alma que hablar puede con los ojos también puede besar con la mirada”. Hay miradas que se confunden con el tacto.

Hay silencios que también son amor.

Hay también otra manifestación que no es palabra y que puede ser también amor: los suspiros.

Suspiros al ver a esa persona a la que quieres estudiando dos mesas más allá en la biblioteca. Suspiros al pasear de la mano. Suspiros al recibir una carta o ver una foto. Suspiros al imaginar al otro.

Dice el poeta, despreciándolos: "Los suspiros son aire y van al aire”.

Pero, no. Los suspiros son mucho más.

“El suspiro es la diferencia entre lo que piensas y lo que callas”. Un suspiro es a veces más amor que mil "te quieros".

San Francisco de Sales dibuja una escena preciosa: El Padre ve al Hijo, que es la imagen perfecta de su propia divinidad y lo ama eternamente. El Hijo ve al Padre, fuente de todo bien y belleza, y lo ama eternamente.

Ambos amantes se ven y... suspiran. Suspiran, como suspiran dos enamorados cuando se ven en la lejanía.

Y ese suspiro es un amor tan grande, puro y real que es subsistente. El suspiro de amor del Padre y del Hijo es el Espíritu Santo.

Y a mí, entre todas las imágenes del Paráclito, ésta es la que más me gusta. Porque lo que mejor habla de Dios es el amor. Puesto que Él es amor (1 Jn 4, 8).

Eso es lo que nos dice Jesús antes de soplar sobre nosotros el Espíritu Santo. Mirad mis manos y mis pies. Mira mis llagas: te quiero. Y Jesús, lleno de amor por nosotros, suspira el Espíritu Santo.

San Pablo nos lo dice bien claro: esto es Pentecostés, el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado (Rm 5, 5).

El otro día oí esta historia.

Una chica joven. Paseaba por Serrano un poco antes de Navidad. Al pasar por el escaparate del Corte Inglés vio un abrigo rojo… y pensó: "siempre quise tener uno de estos. A ver si quedan de mi talla".

Entra. Se prueba el abrigo. Clavado. Le va perfecto.

Será carísimo -piensa-… mira la etiqueta… No.

¡Me lo compro!… se dirige hacia la caja y mientras saca la tarjeta de crédito oye dentro una voz: “este podría ser mi regalo de Navidad”.

Y es que llevaba varias semanas preguntándose en la oración: ¿qué puedo regalarle a Jesús esta Navidad? Y no conseguía encontrar nada que le pareciera bien. Y ahora, ¡esta voz!…

Ella volvió a meter la tarjeta en el bolso y le dijo a la dependiente: -mire, perdone, finalmente no me lo compro. Y salió a la calle…

Esa chica después decía: -y esas Navidades, tuve una felicidad y una paz interior increíbles. Sentía al Señor muy cerca.

-¡Qué bien! -Le dijo el cura al que se lo contaba.

-No. ¡Pero eso no es todo! -siguió la chica-. Después de Reyes volvía paseando por Serrano y en el escaparate… ¡el abrigo rojo!

-¡No puede ser que esté aquí todavía! ¡Será la típica talla XXXL!

Entro en la tienda; le va perfecto. Mira el precio; rebajado a la mitad.

Y oye en su interior: “y éste, es mi regalo de Navidad para ti”.

Este es el regalo de Dios para nosotros: el Espíritu Santo. El amor de Dios que está dentro de nuestra alma. Que nos habla, nos oye y nos hace más bellos con su presencia.

En su Cántico espiritual, San Juan de la Cruz, retratando el diálogo entre Dios y el alma hace decir al alma:

“No quieras despreciarme,/que si color moreno en mí hallaste,/ya bien puedes mirarme,/después que me miraste,/que gracia y hermosura en mí dejaste”.

No soy digna de que me ames –dice el alma-, pero me has mirado. Tu mirada al posarse sobre mí me ha hecho más bella, y ahora ya me puedes amar, porque tengo algo bello y digno de ti… el Espíritu Santo dentro de mí [1].

“Dios existe y Dios te ama”. Este podría ser un resumen de la religión.

El don del Espíritu Santo es, no solo entenderlo, sino sentirlo. Sentir el amor de Dios.

¡Yo quiero sentir ese don! ¿Qué puedo hacer?

No hay un sistema. No hay unos pasos: si hago a, b y c tendré el Espíritu Santo. O si sigo este método recibiré el Don. No. El Espíritu sopla donde quiere, no lo podemos controlar.

El Padre Hesburgh, un sacerdote estadounidense que fue treinta y cinco años el presidente de le Universidad de Notre Dame decía en una homilía:

-Voy a deciros ahora una oración que funciona siempre. No importa tu situación. No importa que seas joven o viejo, estés sano o enfermo, contento o triste… Da igual; está oración siempre funciona.

Uno de los oyentes –el que lo cuenta- dice: yo estaba pensando “wow, ¿cuál será esta oración? Yo quiero saber esta oración".

Ésta es la oración –proseguía Hesburgh-: Veni Sancte Spiritus!

Esta es la única forma de recibir el Espíritu Santo; la llave para recibir el Don: pedirle, rogarle.

¡Ven Espíritu Santo! Habita en mi alma. Aconséjame. Empújame. Dame fuerza. Dame consejo. Hazme sentir tu amor. Pon la belleza de Dios en mi alma.

¡Ven Espíritu Santo! hazme reflejo de tu Amor.


Enrique Bonet Farriol

 

[1] El Concilio II de Orange (529 dC), lo dice de una forma más seria y citando a San Agustín: «Amar a Dios es exclusivamente un don de Dios. El mismo que, sin ser amado, ama, nos concedió que le amásemos. Fuimos amados cuando todavía le éramos desagradables, para que se nos concediera algo con que agradarle. En efecto, el Espíritu del Padre y del Hijo, a quien amamos con el Padre y el Hijo, derrama la caridad en nuestros corazones» (De gratia, can. 25; cfr San Agustín, In Ioannis Evangelium 102,5).




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